También dice que si, además del de los maestros célebres, esa antología ofreciera el retrato del profesor inolvidable que casi todos nosotros hemos conocido una vez al menos en nuestra escolaridad, tal vez obtuviéramos ciertas luces sobre las cualidades necesarias para la práctica de ese extraño oficio.
Sea, pues, hagamos entre todos la antología de los buenos maestros.
La encabezan Sonia e Isabel, religiosas de la orden de María, Puerta del Cielo. Hay personas que trabajan a jornada completa. Y hay otras personas que hacen jornada doble, sin cobrar más que una, o media, y sin exigir nada a cambio, ni siquiera el reconocimiento de la sociedad. Es el caso de estas dos mujeres, que por la mañana gestionan y dan clase en Artagan, uno de los mejores colegios de Bachillerato y de Formación Profesional de Grado Superior del país, y por la tarde, la noche y el amanecer acompañan a las niñas que las autoridades ponen a su cuidado.
No hacen este doble trabajo por amor al arte, sino por amor a los niños. Un amor sonriente, cargado de sensibilidad y de buen rollo, que se pega a las paredes y a las aulas del colegio convirtiéndolo en un lugar de acogida y de respeto. Otra muestra más de que para que haya escuela no hacen falta ni wifi en todas las aulas, ni pizarras digitales ni 1x1 en ordenadores, sino profesores. Gente buena.
Salvan vidas. Recuperan para la alegría de vivir a personas a las que la vida quitó demasiadas cosas necesarias demasiado pronto. Recuerdan al Rieux de La peste, de Camus, que no aceptaba la bondad de una creación en la que los niños son torturados, y que trabajaba sin descanso por revertir sus términos.
Un BUEN PROFESOR es, ante todo, un INFATIGABLE ESTUDIANTE.
Paloma Bravo escribió así en Infolibre, el 27 de mayo de 2017
V. me cuenta que nuestra profesora favorita (durísima, única, inconmensurable) está enferma. Nos la emplazaron en la frontera, a los doce años: jugando aún a polis y cacos, escondiendo ya los tampax en el estuche, todavía esquivando balonazos, rozando los primeros besos.
Nos pareció altísima e irrompible; nosotros nos sabíamos niños torpes.
Algunos se crecían, fingiendo una chulería que les quedaba grande; otros nos encogíamos, siempre tropezando con nuestras inseguridades. Ella nos observaba con curiosidad y atención. Era exigente e irónica, pero detrás de su aspereza veía a cada uno de sus alumnos: nos valoraba de forma individual, nos adivinaba y nos completaba, nos impulsaba, nos hacía crecer.
Nos enseñó a escribir, a hacer preguntas, a escuchar a los demás, a pensar más allá, a imaginar… A todos nos elevó el nivel de autoexigencia. A muchos nos enamoró de las palabras. A algunos nos hizo volar.
Nuestra profe sabe (porque se lo hemos dicho y escrito varias veces desde entonces) que todos esos años de colegio, de timidez, de acné y de temblores, merecieron la pena porque ella nos dio clase.
“Un profesor así compensa un mal colegio”, resume V.
Dice SIR KEN ROBINSON, en "El Elemento" que los grandes profesores siempre han entendido que su verdadero papel no es enseñar una asignatura, sino instruir a los alumnos. La tutela y el entrenamiento (las personas tienen más éxito cuando hay otras que entienden sus talentos, desafíos y habilidades) son el pulso vital de un sistema educativo vivo.
Para JARI LAVONEN, decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Helsinki, una de las cosas que más valoran en los candidatos para acceder a la facultad de Educación es la motivación. Si tienen experiencia con gente joven, en la atención a otras personas, si saben escuchar. La motivación es imprescindible para ser maestro. Otra cuestión en la que se fijan es que estén dispuestos a trabajar duro, a estudiar mucho, porque la de maestro es una carrera difícil. Y otro punto imprescindible: capacidad de comunicación e interacción. Leer más:
Para MARC PRENSKY las principales habilidades que deben cumplir los maestros del siglo XXI son: respeto, empatía, motivación y pasión.
Porque, como dice GUSTAVO MARTÍN GARZO, "siempre nos vamos detrás de los que cuentan historias"...
FRANCESCO TONUCCI, pensador y pedagogo, dice que un buen maestro es el que escucha a los niños. Cada acción educativa tiene que empezar con una escucha, para recibir a los alumnos con lo que conocen y lo que saben hacer.
HELENA LÓPEZ - CASARES, periodista y coach, dice en el blog de Tiching que los profesores tienen que ser creadores. Como Leonardo da Vinci, que hizo de su inteligencia creadora su lema de vida. Un ser humano inquieto y profundamente observador, con una curiosidad insaciable, la habilidad para combinar la mirada del niño con la experiencia del adulto y facilidad para aplicar lo que descubría de manera concreta.
Una persona con pasión por la vida, tolerante, que tenía la certidumbre de que todo estaba conectado y le otorgaba al ser humano la importancia que merecía. Existen muchos Da Vinci en el mundo de la educación que están creando realidades maravillosas con los recursos de que disponen, aunque sean escasos.
IGNASI CASALS, Director durante años de la Escola Ginebró, dice que "los alumnos deben ver cómo sus maestros se tratan con respeto, se besan, se gastan bromas..." Porque, a mi entender, un maestro es una referencia personal, y educa más allá de lo que dice o de lo que explica
QUINTILIANO elogiaba al ‘buen maestro’, recordando que los estudiantes recuerdan con respeto a quien agrada y sabe enseñar.
DEL ALUMNO INTELECTUALMENTE BUENO Y ACADÉMICAMENTE MALO QUE UN PROFESOR RECOGIÓ DEL PASILLO. El año pasado, en un pequeño instituto de una pequeña localidad cántabra, había un chaval repetidor al que siempre estaban echando de clase por incordiar. En una de esas, un profesor le vio por el pasillo y le invitó a entrar en su aula, donde estaba enseñando investigación en ciencias sociales. Esto ocurrió más veces y, poco a poco, el chaval se fue animando; cada vez que le echaban de cualquier clase, se metía en la de investigación. Al final de curso, su trabajo sobre embriología (replicó, paso a paso, un estudio de Aristóteles sobre el desarrollo de los polluelos) acabó ganando el tercer premio en un certamen nacional.
http://www.elpais.com/articulo/ultima/profesores/vocacion/supervivientes/elpepuult/20111115elpepiult_1/Tes
César Menotti, a El País, el 11 de julio de 2011
TODO EMPIEZA CON BUENOS DOCENTES
Un buen profesor o profesores estimula la curiosidad y la imaginación, abriendo áreas de entendimiento profundo que trascienden lo cotidiano. la disciplina de la investigación y el trabajo intelectual proporcionan una base sólida, que mejora la vida. Sé que mis logros personales, y en cierta medida mi premio Nobel, se deben a la educación de calidad impartida por profesores y profesoras de una escuela pública y por la Universidad estatal de Queensland, en Australia.
Peter C. Doherty, Premio Nobel de Medicina en 1996
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/09/actualidad/1386603074_409111.html
LOS BUENOS MAESTROS...
Asumimos responsabilidades de la vida propia y ajena, suscitamos compromisos (Enrique Martínez Reguera, en el prólogo al libro de Zabalza, octubre de 2011)
Somos creadores de humanidad, porque educar es humanizar. Eso constituye la esencia de nuestra identidad profesional: recuperar y acrecentar en cada niño, y en cada adolescente, esos latidos de humanidad sin los que su vida personal, y la de nuestro planeta, pierden su horizonte, su orientación, su sentido (Fernando González Lucini, en el prólogo al libro de Bazarra, Casanova y García Ugarte, mayo de 2004).
Son un poco geómetra y un poco saltimbanqui (Hameline, 1977)
Estamos más cerca de la esperanza que de la espera. Y no desesperamos si no nos llega el reconocimiento exterior, si las cosas del aula no funcionan, si los alumnos no son como nos gustaría...
Enseñamos a vivir con más sentido. Cuando un alumno aprende, su vida se llena de sentido. Por eso, yo no doy clases: doy vida al alumno (Walter Lewin, Astrofísico y profesor, o sea, actor). No es mejor profesor quien más materia cubre, sino quien más mundos descubre.
Queremos ser maestros con maestría. Y por eso, no dejamos de "abrir el campo", como hace el Barça, queremos saber más de lo que sabemos, poder hacer más de lo que hacemos. Y nunca nos conformamos con saber mucho de "lo nuestro", porque lo nuestro, lo nuestro de verdad, no es la Física y ni la Educación Física, sino la verdad.
Están tan convencidos de que un buen número de sus alumnos no ve ni el interés, ni la utilidad de los conocimientos que desean hacerles aprender que consagran una parte importante de su trabajo en desarrollar el deseo de saber y la decisión de aprender.
Irene Vallejo (El infinito en un junco, páginas 212 y 213) tardó en reconocer a quien le iba a cambiar la vida: su profesora de griego del instituto.
(...) para mí, el griego empezó con voz de mujer -la voz de mi profesora de instituto-. Recuerdo que, al principio, sus clases no me impresionaron demasiado -cuánto tardamos en reconocer a quienes nos van a cambiar la vida-.Entonces, yo era una adolescente decidida a vender cara mi admiración. Esperaba profesores carismáticos, seguros de sí mismos, de esos que -los había visto en algunas películas- entran en la clase con aire rebelde, plantan el culo sobre el borde de su mesa y se lanzan a hablar, ingeniosos, brillantes, divertidos. Exteriormente, Pilar Iranzo no encajaba en esa fantasía. Altísima y delgada, encorvaba ligeramente los hombros como disculpándose por ganar en altura a todo el mundo. Vestía una convencional bata blanca. Al hablar, sus largas manos de pianista agitaban el aire con nerviosismo. A veces trastabillaba explicando la lección, como si de pronto las palabras huyesen en desbandada de su cabeza. Escuchaba con una atención intensa, hacía más preguntas que afirmaciones y parecía sentirse especialmente cómoda al amparo del signo interrogativo.
Pronto, la sorprendente Pilar rompió las alambradas de mi escepticismo. De aquellos dos años aprendiendo de ella, recuerdo el placer del descubrimiento, del vuelo, la asombrosa alegría del aprendizaje. Éramos un grupo tan pequeño de estudiantes que acabamos sentándonos todos alrededor de una mesa y formando corrillos como conspiradores. Aprendíamos por contagio, por iluminación. Pilar no se atrincheraba detrás de las declinaciones, las frías fechas y cifras, las teorías abstractas, los artefactos conceptuales. Era transparente: sin tretas, sin alardes, sin poses, nos descubrió su pasión por Grecia. Nos prestaba sus libros favoritos, nos contaba las películas de su juventud, sus viajes, los mitos en los que ella se reconocía. Cuando hablaba de Antígona, ella misma era Antígona, y cuando hablaba de Medea, nos parecía el cuento más terrorífico que jamás habíamos escuchado. Al traducirlas, sentíamos que las obras clásicas se habían escrito para nosotros. Olvidamos el miedo a no entenderlas. dejaron de ser losas pesadas, impuestas. Gracias a Pilar, algunos de nosotros anexionamos un país extranjero a nuestro mundo interior.
Años después, cuando yo misma me he tenido que enfrentar al vértigo de una clase, he comprendido que hace falta querer a tus alumnos para desnudar ante ellos lo que amas; para arriesgarte a ofrecer a un grupo de adolescentes tus entusiasmos auténticos, tus pensamientos propios, los versos que te emocionan, sabiendo que podrían burlarse o responder con cara de piedra e indiferencia ostentosa.
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