Hace unos días me fijaba en esta noticia de El País en la que se recogía la iniciativa de grupos de padres que querían acabar con los deberes escolares. Como en tantas otras cosas de la escuela, y de la vida, esto no es algo de sí o no, sino de evitar las barbaridades en las que tantos hemos caído. Una, la de considerar nuestra asignatura la más importante de todas, y la que, dado su estatus, requiere sesión doble de trabajo diario. Dos, la de no hablar nunca del tema de los deberes en una reunión del claustro de profesores. Tres, consecuencia de la dos, la de ir los profesores cada uno por su lado, de manera que, con un poco de suerte, a seis horas de clase le seguían otras tres de trabajo de casa, un día, y ninguna, al siguiente. O dos cada día, durante todo un año, y ninguna, durante todo el curso siguiente. Cuatro, la de vivir esclavos del programa, de manera que si no se fuerza la máquina, mandando ración doble de deberes, explicando de cualquier manera, o con el tradic...