Conocí a una profesora que se ofendía cuando Casilda, que a lo mejor no cumplía con sus ocho horas de sueño reglamentarías, se dormía en su clase. También se dormía en la mía, no penséis. Pero yo nunca me ofendí por ello, ni la despertaba, pobre. Casilda se aburría. Simple y llanamente. Y hacía lo mismo que hacen los animales: cuando se aburren, a dormir. Una postura, a mi juicio, bien respetuosa con el medio ambiente. La mayor parte de los humanos, no. Si pasan treinta segundos sin un estímulo, se aburren, y buscan otro. Los que hacen eso no duermen en clase, sino que incordian. Y los profesores más críticos con nosotros mismos, los que no nos ofendemos si se nos duermen los alumnos, ni nos volvemos locos con los que incordian, pasamos mucho tiempo realizando cursos en los que aprendemos las metodologías más innovadoras para mantener la atención de los niños en el aula. A veces me da por pensar que si cuidáramos más de nosotros mismos, los profesores seríamos personas interesan...
(o proponer sin tregua camelias sobre musgo)