Una vez, siendo director de un colegio, reuní a cuatro personas inteligentes, trabajadoras, con experiencia y con un cariño especial por el proyecto educativo del centro. Les pedí que se constituyeran en equipo y que rindieran como tal.
Fue un fracaso, o al menos, yo así lo viví.
Y ahora, después de leer a Daniel Coyle ("Cuando las arañas tejen juntas, pueden atar a un león, editado por Conecta en Barcelona, en 2018) voy entendiendo la razón de aquel desastre. Dice que solemos creer que el rendimiento del grupo depende de la inteligencia, la destreza y la experiencia. Pero no es así. Las habilidades personales no son lo que cuenta. Lo importante es la interacción. La "química". Que se alimenta de comportamientos sencillos, como el diálogo constante, la escucha activa, el humor y los detalles amables, que hacen que las personas se sientan seguras y confiadas.
Y de detalles de aquellos, había pocos.
Y, claro, sin seguridad, no hay equipo.
Ni nada.
Fue un fracaso, o al menos, yo así lo viví.
Y ahora, después de leer a Daniel Coyle ("Cuando las arañas tejen juntas, pueden atar a un león, editado por Conecta en Barcelona, en 2018) voy entendiendo la razón de aquel desastre. Dice que solemos creer que el rendimiento del grupo depende de la inteligencia, la destreza y la experiencia. Pero no es así. Las habilidades personales no son lo que cuenta. Lo importante es la interacción. La "química". Que se alimenta de comportamientos sencillos, como el diálogo constante, la escucha activa, el humor y los detalles amables, que hacen que las personas se sientan seguras y confiadas.
Y de detalles de aquellos, había pocos.
Y, claro, sin seguridad, no hay equipo.
Ni nada.
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