Al ver a maestros frustrados me suelo preguntar cuantos de ellos no son sueños truncados que terminan en la escuela.
Y también me pregunto cuantos sueños truncarán los maestros frustrados por ser sueños truncados.
David Safier, en su novela "Yo, mi, me... contigo" (Seix Barral, Barcelona, 2011) cuenta una historia de sueños y frustraciones.
Me había hecho maestra por vergüenza. En realidad, mi sueño había sido escribir musicales desde que, a los siete años, había visto La sirenita y había oído a Sebastián, el cangrejo, cantar bajo el mar. Luego, a los quince, escribí mi primer musical. Se titulaba Luna lobuna y trataba de una muchacha que se enamoraba de un hombre lobo y cantaba con él el gran dúo final de la obra: "El amor que nuestro corazón acuna / es mucho más grande que la luna" (lo dicho, tenía quince años). Por desgracia, le enseñé el musical a mi profesor de Lengua, que opinó que yo tenía más posibilidades de viajar a Marte que de escribir musicales en el futuro. Eso acabó con mi carrera de escritora antes de haberla iniciado, y por eso decidí estudiar Magisterio despues de aprobar la Selectividad. Para ese trabajo, yo era como la mayoría de mis colegas, bastante incompetente. Tal vez debería haber cambiado de trabajo, pero no tenía ni idea de qué hacer con mi vida. Además, era muy amiga de las vacaciones y de cobrar la nómina con regularidad. En cambio, no era muy amiga de los niños incordio. Y aún menos de los padres ambiciosos, por no hablar de las autoridades educativas y sus ideas sobre reformas siempre distintas (¿le darían todos al LSD?)
Y también me pregunto cuantos sueños truncarán los maestros frustrados por ser sueños truncados.
David Safier, en su novela "Yo, mi, me... contigo" (Seix Barral, Barcelona, 2011) cuenta una historia de sueños y frustraciones.
Me había hecho maestra por vergüenza. En realidad, mi sueño había sido escribir musicales desde que, a los siete años, había visto La sirenita y había oído a Sebastián, el cangrejo, cantar bajo el mar. Luego, a los quince, escribí mi primer musical. Se titulaba Luna lobuna y trataba de una muchacha que se enamoraba de un hombre lobo y cantaba con él el gran dúo final de la obra: "El amor que nuestro corazón acuna / es mucho más grande que la luna" (lo dicho, tenía quince años). Por desgracia, le enseñé el musical a mi profesor de Lengua, que opinó que yo tenía más posibilidades de viajar a Marte que de escribir musicales en el futuro. Eso acabó con mi carrera de escritora antes de haberla iniciado, y por eso decidí estudiar Magisterio despues de aprobar la Selectividad. Para ese trabajo, yo era como la mayoría de mis colegas, bastante incompetente. Tal vez debería haber cambiado de trabajo, pero no tenía ni idea de qué hacer con mi vida. Además, era muy amiga de las vacaciones y de cobrar la nómina con regularidad. En cambio, no era muy amiga de los niños incordio. Y aún menos de los padres ambiciosos, por no hablar de las autoridades educativas y sus ideas sobre reformas siempre distintas (¿le darían todos al LSD?)
Bonita entrada. Triste realidad. Doy fe. Me ha recordado una entrada que escribí hace unos meses sobre el asesinato de la creatividad en la educación... Me ha encantado Pedro. Un abrazo grande, muy grande. http://lamiquiz.tumblr.com/post/12127690012/elprimerasesinato
ResponderEliminarMuy bueno, Mendi!! Y sí, desgraciadamente, ocurre. Y, no sería tan grave, si los afectados no fuesen personas en ciernes. Si quienes nos pateamos las aulas tuviéramos claro -como le escuché decir a Gonzalez Lucini- que somos Creadores de humanidad, otra cosa resultaría.
ResponderEliminarEs tan interesante lo que has dicho como difícil de hacer. Yo sigo sintiendo que me dedico a la enseñanza desde la vocación, pero no es directamente proporcional con conseguir hacerlo como se debe.
ResponderEliminarEs que ser creadores de humanidad no es sólo quererles a los chicos, hay por ahí un libro que aunque es para padres, profesores y centros de atención a niños con problemas emocionales, que se titula "Con el amor no basta" de Bruno Beteelheim lo dice sólo con el título.
Es que aplicar el quererlos no siempre es ni lo mismo con cada uno de ellos, sino todo lo contrario: proporcionarle a cada unos lo que necesita para potenciar al máximo sus posibilidades y para ello a uno hay que exigirles mucho con fortaleza y rigor, a otros acercarse desde lo afectivo para que ellos se sientan queridos y empiecen a quererse y a realizarse. A otros habrá que frenar su ansiedad por el conocimiento,o enseñarles habilidades sociales, a otros pararles en su prepotencia, a otros lijarles su piel de hipopótamo que les impide ponerse en el lugar de los demás. Y dominar los conocimientos para enamorarles con el aprendizaje, estar al día de las nuevas tecnologías para aplicarlas en su calidad y variedad. Estar abierto a cambiar nuestras formas de hacer, sin abandonar ni la intuición, ni el sentido común, ni lo que somos capaces de hacer bien. Tener sentido del humor para reírse de unos mismo y de ciertas situaciones. Trabajar en equipo con los demás compañeros de trabajo, valorar lo que puedan tener de favorable las reformas educativas sin negarnos a tenerlas en cuenta, ponernos al día participando en cursillos interesantes todos los años. Evaluar nuestra forma de hacer las cosas para admitir que algunas no funcionan y hay que irlas cambiando un poco cada cierto tiempo: sin prisa pero sin pausa. Dar el máximo nivel de contenidos y exigencia para el que es muy capaz y acercarnos de verdad a los que son menos capacitados y deferentes y facilitarles su progreso y desarrollo y a quererse como son. No olvidar a los grises, esos que nunca demandan nada, pero que no por eso necesitan menos de muestra cercanía. Y conseguir evaluar desde los contenidos y objetivos mínimos y de forma progresiva hasta el que puede muchísimo. Y enseñarles a participar de verdad en su propio aprendizaje. No explicarles todo de manera que les demos un conocimiento masticado y hecho papilla que no motiva ni a un ladrillo: por mucho que sea eso lo que nos demanden y tengas menos peleas con ellos porque piden "un profesor explicón". Cambiar las formas de dar las clases en función de lo que se necesite, pero manteniendo ciertos criterios que convienen para crear hábitos fundamentales. Ser cercanos y mantener la autoridad; ser exigente y riguroso con cariño. No voy a decir asertivos y con alta autoestima porque en el último libro que he leído de Psicología Cgnitiva está en contra de esos conceptos que sólo nos llevan a poder sentirnos mal y me han convencido. El libro se titula "El arte de no amargarnos la vida" de Rafael Santandreu.
Porque además de todo lo anterior, al profesor le tiene que quedar tiempo para vivir otra vida que no sea sólo la enseñanza, para que sea medio feliz por lo menos y lo que transmita sea convincente.
Es muy poco fácil conseguir todo lo anterior aún teniendo vocación para la enseñanza, es decir, que vas a trabajar con ilusión de hacer lo que te gusta todos los días de la semana. No sé cómo puede llevar esta profesión sin ser el trabajo de tu vida.
Tampoco sé por qué no se entiende que hace falta cierto número de días de vacaciones para poder tomar distancia de los alumnos y para volverlos a coger con ganas.