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Mostrando entradas de 2021

"Los vencejos"

Este es Toni, profesor de Filosofía en un instituto de Madrid, el protagonista de "Los vencejos", la última novela de Fernando Aramburu. Desde el comienzo de mi actividad docente me ha serrado los nervios todo lo que no fuera llegar al instituto, dar mis clases y largarme. Participé como profesor novato, al principio con ganas, en varios intercambios escolares con un instituto de Bremen; al cuarto año lo dejé. Las reuniones del claustro y con los padres me roban el aire. La corrección de exámenes y la redacción de informes me revientan el hígado. Las conversaciones de circunstancias en la sala de profesores me producen naúseas que disimulo a duras penas. No me considero un misántropo, aunque más de un compañero así lo crea. Simplemente estoy cansado. Muy cansado. Me cansan muchas cosas, particularmente el roce diario con gente que no me interesa. Y cuando me sacan de la rutina de las clases es como si, estando dormido, me arrojaran un cubo de agua fría a la cara.     Toni so

Mirari, Ander y Maslow

  Leo en El Correo de esta mañana que dice Mirari, veinteañera vizcaína, que ponen el foco en ellos, pero poco se dice de los mayores, y que no hay más que fijarse en cualquier terraza. También leo que dice Ander, de 18 años, gasteiztarra, que va a seguir yendo a los botellones. Que ya ha perdido muchos meses de vida. Mirari y Ander nos están diciendo que han pasado dieciocho meses sin beber alcohol en la calle con sus amigos y sus amigas, y que no pueden más. Mirari y Ander nos dicen que han pasado entre el 6% y el 10% de su vida sin litrar, y que eso se les hace insoportable. Mirari y Ander dan por perdido el tiempo de vida de pandemia. Mirari y Ander nos están diciendo que Maslow estaba confundido. Y que la necesidad de pertenencia, que él colocaba en mitad de su pirámide, está en realidad en la base, junto a las necesidades fisiológicas. Mirari y Ander nos explican que nadie los va a sacar de la calle donde se relacionan bebiendo, ya mandemos a la Ertzaintza o al FBI. Mirari y Ande

El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás

Os lo he dicho mil veces, y no aprendéis, suelen decir algunos profesores malos. Y en plena quinta ola (¿cuántas olas hay?) me encarno en profesor malo para repetiros que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa (Albert Camus, "La peste")  

De los errores se aprende lo que se aprende.

Que de los errores se aprende es un lugar común como otro cualquiera. Tan limitado como la mayoría. Sirve para llenar un hueco en una conversación de terraza, pero para casi nada más. Es posible que los errores sirvan para aprender. Pero eso no impide que los errores, incluso los mismos errores, vuelvan a cometerse. Mira el rey Juan Carlos. Cuando lo del elefante salió diciendo aquello de "lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir". Y volvió a pasar. Nada relacionado con animales salvajes en Botswana, eso es verdad, pero sí con fechorías impropias de alguien que se presenta como modelo delante de una sociedad, y que han hecho que lo saquen del palacio y lo manden a vivir a casa de unos amigos árabes. Alguno pensará que, dado que de los errores se aprende, a Unai Simón no se le volverá a escapar un control con el pie, pero no es verdad. Volverá a fallar. Y no porque sea fallón, sino porque es humano. Y por mucha atención que ponga, por mucha concentración que ap

Hay que estar ahí

Toleramos poco el error: eso no se puede fallar, cómo no te das cuenta, es imperdonable... Y así, un día tras otro. Hay quien califica a los errores de "infantiles", suponiendo, no sé a qué mundo pertenecen, que los niños fallan y los adultos no. Hace algunos meses ocupaba plaza de delegado en el banquillo local, y mi equipo ganaba 2-1. El contrario se lo jugaba todo, apretaba, y el empate estaba al caer, pero en una contra, en el minuto 87, marcamos el tercero. Los juveniles rivales maldecían su suerte con palabrotas irrepetibles y alguno se fue al suelo, completamente desolado. A segunda. Escuché la voz del entrenador que salía del otro banquillo, la misma voz que llevaba una hora corrigiendo, animando... -"¡hay que estar ahí!", gritó. Nada de lugares comunes, como vamos chavales, que queda tiempo (no quedaba tiempo), hay que pelear hasta el final, y cosas así, no. Invitaba a estar ahí, a mirar el fracaso a la cara, a sentirlo. Alguien diferente, pensé. Me acordé

Amaría el rumor del viento entre las espigas...

Dedico algunas tardes a hacer ejercicios de memoria. He oído que es algo muy provechoso para el cerebro de personas de 56 años. Solo memorizo cosas bellas, no vaya a ser. Hoy he elegido "El principito", de Saint - Exupéry. El diálogo del capítulo XXI entre el principito, que busca amigos para jugar, y el zorro, que no puede serlo porque iría contra su propia naturaleza, y que termina revelando al principito que lo esencial es invisible a los ojos.   He memorizado este párrafo que habla de la necesidad que tenemos de crear lazos: Mi vida es monótona. Cazo gallinas, y los hombres me cazan a mi. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen entre sí. Por lo tanto, me aburro bastante. Pero si me domesticaras, mi vida sería radiante. Conocería un ruido de pasos diferente a todos los otros. Los pasos de otros me hacen esconderme bajo tierra. En cambio, tus pasos me harían salir de mi madriguera. Serían como una música. Además, ¿ves esos campos de trigo? Yo no como pa