Este es Toni, profesor de Filosofía en un instituto de Madrid, el protagonista de "Los vencejos", la última novela de Fernando Aramburu.
Desde el comienzo de mi actividad docente me ha serrado los nervios todo lo que no fuera llegar al instituto, dar mis clases y largarme. Participé como profesor novato, al principio con ganas, en varios intercambios escolares con un instituto de Bremen; al cuarto año lo dejé. Las reuniones del claustro y con los padres me roban el aire. La corrección de exámenes y la redacción de informes me revientan el hígado. Las conversaciones de circunstancias en la sala de profesores me producen naúseas que disimulo a duras penas. No me considero un misántropo, aunque más de un compañero así lo crea. Simplemente estoy cansado. Muy cansado. Me cansan muchas cosas, particularmente el roce diario con gente que no me interesa. Y cuando me sacan de la rutina de las clases es como si, estando dormido, me arrojaran un cubo de agua fría a la cara.
Toni son miles de profesores y profesoras que no pueden con su vida.
Toni son miles de profesores y profesoras que no pueden leer, novelas, porque tienen que escribir, informes.
Toni son miles de profesores y profesoras que no saben por qué tienen que defender delante de los padres y las madres un sistema del que forman parte y al que su bienestar no le interesa.
Toni son miles de profesores y profesoras que no se reconocen en la mayor parte de su jornada.
Toni son miles de profesores y profesoras que no entienden de qué se ríen todos a su alrededor, en el colegio.
Algunos despachan lo de Toni hablando de malos profesores. Y son pocas ganas de entender.
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