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Mostrando entradas de 2022

Urge pensar

Muchos no piensan. Celebran Halloween cuando hasta que no tuvieron treinta años no sabían lo que era. Ahora tampoco lo saben, pero se disfrazan ellos, disfrazan a los niños y se van a la calle a pasear y a tirar petardos aterrorizando perros. Van en procesión al cementerio a poner flores el día de Todos los Santos sin saber qué relación existe entre los Santos de Todos y los muertos de uno. Ponen tuits sin parar un minuto a valorar si merece la pena poner en evidencia delante del mundo lo poco que han pensado lo que van a escribir. Alguien que no piensa comete más errores que uno que sí lo hace. Y por eso animo a los maestros a poner en la agenda, con periodicidad semanal, si no mayor, la hora de pensar. Y a utilizarla con provecho, tomando en consideración que pensar es compatible con hacer un sofrito lentamente y con escuchar a Bach. Y con ambas.

Medir las palabras

 "Mide tus palabras" es una expresión que parece sacada del Saloon de una película del Oeste. Fuera de ahí, suena rara.  Pero encierra una verdad tan grande que me veo en la obligación de rescatarla. Y esa verdad tan grande es que cada palabra tiene un peso. Que hay palabras ligeras, como "finde"  y palabras pesadas, como "vamos". Y que, además, al peso de las palabras le pasa como al peso de las cosas, y de las personas. Que varía según la altura o la profundidad a las que se pronuncian. Lo que llamamos contexto. Siempre pido a los maestros que se empeñen en ello, que midan las palabras que emplean, que las pesen, que no gasten palabras valiosas empleándolas en situaciones estándar y que no vayan a donde hay que poner toda la carne en el asador con palabras de medio pelo. A ello ayuda que escriban lo que van a decir. Y que lean mucho también. La Biblia, a Almudena Grandes, a Carrère y el periódico. Si no, acaban hablando a los padres como a los hijos, y a

El muro

Hace un par de entradas hablaba de los maestros que no pueden con  su vida. En la primera semana de septiembre, esto se aviva en muchos de ellos. Estos días leo a Gregorio Luri ("La escuela contra el mundo, página 235 de la edición actualizada) que la escuela necesita maestros que sean corredores de fondo. Me quedo pensando en la relación entre el atletismo y los maestros: la resistencia de los fondistas, mejor que la explosividad de los velocistas.  La explosividad no va con los ritmos pacientes de la escuela. Pero resistir es un verbo con connotaciones negativas. Habla de contextos agitados, duros, retadores. Esto es, la escuela. Los corredores de maratón, entre el kilómetro 32 y el 35, se encuentran con el muro. En ese momento, el cuerpo grita basta. Tiene su explicación: en ese momento, el cuerpo cambia su modo de obtención de energía, pasando de uno muy eficiente a otro que lo es menos. Deja de obtener energía de las reservas de glucógeno y pasa a obtenerla de las reservas de

Los vencejos (2)

 ¿Cuántas veces, en los últimos treinta años, ha cambiado la Filosofía de estatus en el sistema educativo español, de obligatoria a optativa, de relativamente importante a irrelevante? Ni te acuerdas. ¿Cuánto se piensa en España? Poco. De esto te acuerdas bien porque ves la televisión, y te das cuenta de que muchos de los programas que triunfan cultivan la estulticia. "España no es un país para filósofos", dice Toni, el protagonista de Los vencejos, la última novela de Fernando Aramburu. - "Hace demasiado calor. España es un país de playas, tabernas y fiestas populares". El padre de Toni definió la filosofía como "una actividad de solitarios amargados, habitantes de tierras oscuras. Una manera de matar las horas junto a los rescoldos de la chimenea, cuando fuera hace un frío que pela, sopla el viento y anochece a las cuatro o las cinco de la tarde". Y como el padre de Toni piensan muchos. Y algunos, con capacidad, que no competencia, para decidir cosas.