Esto no se resuelve con un deberes sí - deberes no. Sino con un no a los deberes - castigo ("como no habéis hecho nada, para mañana los problemas 6 a 25 de la página 136"), con un no a los deberes - horas-extra ("o trabajáis en casa o no acabamos el programa"), con un no a los deberes - mi-asignatura-es-la-mas-importante ("las matemáticas no se aprenden si no les dedicáis un rato diario de trabajo en casa"). Y con un si a los deberes -qué-ganas-tengo-de-llegar-a-casa, que son aquellos en los que cada alumno dedica ratos de su tiempo a leer ("si así es lo que hemos leído en clase, cómo será la novela entera"), a trastear en internet tratando de averiguar quién era quien en la Segunda Guerra Mundial, o a pintar con los rotus que le trajeron los Reyes (¿por qué nunca tienen deberes de Plástica o de Tecnología?).
Lo mejor de la entrada de la innovación en la escuela es que los maestros descubrimos que las cosas se pueden hacer mejor, y no igual que siempre. Lo peor, que muchos acabamos pensando que todo lo nuevo es bueno, y que lo anterior es malo. Estábamos perdiendo el equilibrio y tocaba recolocarse. Este ensayo de Alberto Royo ayuda a recuperar el equilibrio. Nos recuerda que la escuela está para enseñar y que a la escuela se va a aprender: " el profesor ha de servir al conocimiento, y ser la vía de transmisión hacia el alumno ". Dos cosas que se nos estaban olvidando, de tanto poner la felicidad en el apartado de los objetivos de la escuela, y de tanto subrayar que al maestro le toca sacar (de no se sabe qué parte de los alumnos lo que estos ya sabían pero no sabían que sabían) y no meter (en ellos, el conocimiento que no tenían). ¿Que cuánto tiene que saber un maestro? Mucho. ¿Que como tiene que transmitirlo? Muy bien. Usando la metodología que mejor se adapta a cada momento.
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