Me sorprendió que mis hijos no supieran lo que es el coche escoba en una carrera ciclista. Pero es que nunca han visto una en directo. Ni en diferido, son más de balón.
El coche escoba cierra la caravana de bicicletas, motos, ambulancias y otros coches de equipos, y va recogiendo a los ciclistas que abandonan la carrera.
Me han recordado a unos maestros que conocí, y que creo que merecen el honor de llamarse así: el maestro escoba.
El maestro escoba recogía a los alumnos que encontraba por los pasillos porque habían sido expulsados del aula, por molestar, en cualquiera de las variables que admite la palabra molestar tratándose de clase: hablar con el compañero, levantarse a sacar punta, sacar el móvil, no hacer los deberes (¡!), enfrentarse al profesor, tirarse un pedo, etc.
Los profesores no podían expulsar a los alumnos del aula. Primero, porque la ley no lo permitía, y segundo, porque disfrazaban la ley de acuerdo entre profesores y se comprometían a no hacerlo. Pero el compromiso duraba lo que tardaba el profesor en hartarse (de los alumnos). Y los pasillos, a ciertas horas, se convertían en un rosario de chicos y chicas a los que, técnicamente, se llamaba disruptores.
El maestro escoba les sonreía, les preguntaba qué tal, o qué haces aquí. Algunos profesores les afeaban su comportamiento acusándoles de connivencia con el infractor y diciéndoles que socavaban su autoridad.
El maestro escoba, a veces, se llevaba a un aula a varios chavales que estaban montando ya una verbena en el pasillo, y hablaba con ellos y escuchaba historias. Algunas daban risa. Y otras, miedo. Pero solo las escuchaba él, el profesor escoba.
Alguno salvó una vida, me consta.
A ellos mi tributo y mi admiración.
El coche escoba cierra la caravana de bicicletas, motos, ambulancias y otros coches de equipos, y va recogiendo a los ciclistas que abandonan la carrera.
Me han recordado a unos maestros que conocí, y que creo que merecen el honor de llamarse así: el maestro escoba.
El maestro escoba recogía a los alumnos que encontraba por los pasillos porque habían sido expulsados del aula, por molestar, en cualquiera de las variables que admite la palabra molestar tratándose de clase: hablar con el compañero, levantarse a sacar punta, sacar el móvil, no hacer los deberes (¡!), enfrentarse al profesor, tirarse un pedo, etc.
Los profesores no podían expulsar a los alumnos del aula. Primero, porque la ley no lo permitía, y segundo, porque disfrazaban la ley de acuerdo entre profesores y se comprometían a no hacerlo. Pero el compromiso duraba lo que tardaba el profesor en hartarse (de los alumnos). Y los pasillos, a ciertas horas, se convertían en un rosario de chicos y chicas a los que, técnicamente, se llamaba disruptores.
El maestro escoba les sonreía, les preguntaba qué tal, o qué haces aquí. Algunos profesores les afeaban su comportamiento acusándoles de connivencia con el infractor y diciéndoles que socavaban su autoridad.
El maestro escoba, a veces, se llevaba a un aula a varios chavales que estaban montando ya una verbena en el pasillo, y hablaba con ellos y escuchaba historias. Algunas daban risa. Y otras, miedo. Pero solo las escuchaba él, el profesor escoba.
Alguno salvó una vida, me consta.
A ellos mi tributo y mi admiración.
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