De todas las razones que hay para cambiar la escuela (que ahora se aprende distinto, que muchas de las cosas que enseñamos estarán superadas por el simple paso del tiempo el miércoles que viene, que no se puede enseñar en analógico a la gente digital...) hay una que se impone de manera apabullante: que los vamos a matar de aburrimiento.
Recoge Jose Antonio Marina en su Libro Blanco cómo las investigaciones neurológicas de Rosalind Picard y sus colegas del MIT Media Lab muestran que la actividad del cerebro de los alumnos durante una clase magistral es más baja que cuando están dormidos.
(Así que va a resultar que cuando Casilda dormitaba con aquel ronquidito suave en mis clases de Economía era la de cerebro más activo. Qué razón tenía yo, sin saber, cuando pedía a sus compañeros que no la despertaran).
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