Recuerdo que muchos padres y madres jóvenes, cuando se acercaban a conocer el colegio, me preguntaban con qué edad aprenderían sus hijos e hijas a leer. Cuanto menor era la edad que decía yo, más contentos se ponían ellos (me imaginaba que tenían en casa preparados decenas de libros, desde Manolito Gafotas hasta la Memoria de mis putas tristes, desde Elvira Lindo a García Márquez, en fila, uno detrás de otro, para ser leídos antes de los diez, o de los seis, no sé).
Nunca me preguntó nadie a qué edad aprenden los niños a bailar. A lo mejor porque no les importaba un pimiento. A lo mejor porque a bailar les enseñaban en casa. A lo mejor porque a bailar se aprende en extraescolares. A lo mejor porque tenían una escuela de danza debajo de su casa. A lo mejor porque pensaban que lo difícil, en la escuela y lo fácil, en otro lado (¿quien ha dicho que es más difícil leer que bailar?).
¿Y quién ha dicho que es más importante?
Nunca me preguntó nadie a qué edad aprenden los niños a bailar. A lo mejor porque no les importaba un pimiento. A lo mejor porque a bailar les enseñaban en casa. A lo mejor porque a bailar se aprende en extraescolares. A lo mejor porque tenían una escuela de danza debajo de su casa. A lo mejor porque pensaban que lo difícil, en la escuela y lo fácil, en otro lado (¿quien ha dicho que es más difícil leer que bailar?).
¿Y quién ha dicho que es más importante?
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