"No da el perfil", escucho decir, algunas veces. cuando hablamos de personas que podrían desempeñar tareas de dirección en una escuela.
Dibujar el perfil del director o directora de un colegio no es fácil. Sobre todo, si quieres hacerlo bien, huyendo de los tópicos que los buscan entre las personas organizadas y metódicas, con experiencia, con habilidad para la toma de decisiones...
Por eso busco el perfil fuera de la escuela, siempre, y escucho lo que otros piden a quienes lideran los proyectos.
Esto es lo que Pablo Simón, politólogo, profesor de la Universidad Carlos III y divulgador excepcional, entiende que debe contener el perfil de "El príncipe moderno" (Editorial Debate, Barcelona, 2018, página 264). Veamos.
No creo que se requiera de él una gran formación, ni ser docto en muchos campos, pues el conocimiento corre el riesgo de entorpecer la acción intuitiva de la política. Tampoco es recomendable tener en él a un fanático, alguien de ideas duras como el pedernal. Si fuera el caso, dificilmente podrá cambiar su proceder ante el cambio en las circunstancias. Como diría Isaiah Berlin, demasiado erizo y muy poco zorro.
Si se revisa a tantos gobernantes cuyas obras se ha tratado, seguramente se verán en ellos rasgos comunes lejos de lo anterior. El príncipe bien podría ser alguien que tenga tres o cuatro principios claros, pero suficiente flexibilidad para perseguirlos adaptándose a las circunstancias. Alguien que, si es posible, asuma que las transformaciones pueden ser aquí y ahora, abrazando la idea de que resulta preferible encender la luz que esperar a que salga el sol. Un príncipe quizá con suficiente empatía para colocarse en el lugar de aquellos de quien se siente conciudadano, sin que eso le haga perder de vista el gran guión de la obra. Que sepa de lo que habla y que se crea lo que dice, pero, muy especialmente, alguien que, aun teniendo las mejores aptitudes, sepa, sobre todo, rodearse de aquellos que son mejor que él.
Ni docto ni fanático. Con cuatro principios claros y gran flexibilidad. Determinado. Empático. Y que sepa construir un gran equipo, con el que construir seguridades y convicciones.
Eso es.
Y estoy empezando a pensar que esas son las bases desde las que repensar el liderazgo educativo.
Me pongo a ello.
Dibujar el perfil del director o directora de un colegio no es fácil. Sobre todo, si quieres hacerlo bien, huyendo de los tópicos que los buscan entre las personas organizadas y metódicas, con experiencia, con habilidad para la toma de decisiones...
Por eso busco el perfil fuera de la escuela, siempre, y escucho lo que otros piden a quienes lideran los proyectos.
Esto es lo que Pablo Simón, politólogo, profesor de la Universidad Carlos III y divulgador excepcional, entiende que debe contener el perfil de "El príncipe moderno" (Editorial Debate, Barcelona, 2018, página 264). Veamos.
No creo que se requiera de él una gran formación, ni ser docto en muchos campos, pues el conocimiento corre el riesgo de entorpecer la acción intuitiva de la política. Tampoco es recomendable tener en él a un fanático, alguien de ideas duras como el pedernal. Si fuera el caso, dificilmente podrá cambiar su proceder ante el cambio en las circunstancias. Como diría Isaiah Berlin, demasiado erizo y muy poco zorro.
Si se revisa a tantos gobernantes cuyas obras se ha tratado, seguramente se verán en ellos rasgos comunes lejos de lo anterior. El príncipe bien podría ser alguien que tenga tres o cuatro principios claros, pero suficiente flexibilidad para perseguirlos adaptándose a las circunstancias. Alguien que, si es posible, asuma que las transformaciones pueden ser aquí y ahora, abrazando la idea de que resulta preferible encender la luz que esperar a que salga el sol. Un príncipe quizá con suficiente empatía para colocarse en el lugar de aquellos de quien se siente conciudadano, sin que eso le haga perder de vista el gran guión de la obra. Que sepa de lo que habla y que se crea lo que dice, pero, muy especialmente, alguien que, aun teniendo las mejores aptitudes, sepa, sobre todo, rodearse de aquellos que son mejor que él.
Ni docto ni fanático. Con cuatro principios claros y gran flexibilidad. Determinado. Empático. Y que sepa construir un gran equipo, con el que construir seguridades y convicciones.
Eso es.
Y estoy empezando a pensar que esas son las bases desde las que repensar el liderazgo educativo.
Me pongo a ello.
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