Casi siempre que se habla de reformas en educación, acabamos hablando del curriculum, del dichoso programa: quita esto y pon aquello, para tí el 45% del temario y para mí el otro 55%, que resulta que hay un problema en la sociedad, pues inventamos una asignatura para la escuela. Y del profesor, ¿qué?. Del profesor poco.
Anda el ministro Gabilondo empeñado en que el PP se avenga a un pacto de Estado sobre Educación, y no lo va a conseguir, me parece. El PP no le va a dar al PSOE ni media para que luego éste se apunte el tanto de haber pacificado el tema, después de treinta años de tortas.
El texto es general y poco concreto, pero es un paso en la buena dirección, y está lleno de propuestas con sentido. Su punto 11 habla de los profesores, y dice, entre otras cosas, que habría que reforzar los procesos de formación inicial y prestigiar la profesión, dotándola de un reconocimiento social del que en estos momentos carece.
En cambio, entre las propuestas de este punto, ni una referida a la reducción de la dedicación lectiva. Y a mí me parece que hay una relación directa entre las horas que uno pasa en el aula y la calidad del servicio educativo prestado.
Si yo tuviera 10 horas de clase en lugar de 22, leería más (aunque no llegara a los 70 libros al año de mi amigo Xabier, que tiene 5 horas de clase a la semana), corregiría con más detalle cada ejercicio que mando, e incluso mandaría más ejercicios, de manera que los alumnos se enfrentaran más veces al papel en blanco y a las dificultades del mundo y menos a mi cara, prepararía las clases con más mimo, me vincularía con compañeros a más proyectos conjuntos, escribiría artículos, innovaría, contribuiría con más calidad a la mejora del Centro, y dedicaría tiempo del bueno a la atención individual a cada alumno.
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