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Preguntas sin respuesta

Con frecuencia lanzamos preguntas a nuestros alumnos.

- "¿Qué es la cebada?"

A veces lo hacemos para ver quién ha hecho los deberes, y al que contesta bien le ponemos un positivo.

A veces lo hacemos para tomar aire, porque llevamos hablando sin parar veinte minutos.

O pasa como a Bego con mi hijo Xavier:

- "La cebada son las alubias que se comen en Asturias".

Y entonces te ríes un rato, a gusto, además.

En cualquiera de los tres casos, la respuesta, como la pregunta, creemos tenerla nosotros.

"Un maestro preguntó: ¿De qué color son las manzanas? La mayoría de los niños respondió: rojas; algunos dijeron: verdes. Sólo un niño levantó la mano con otra respuesta: blancas.

El maestro explicó pacientemente que las manzanas eran rojas, o verdes y, a veces, amarillas, pero nunca blancas.

Sin embargo, el pequeño insistía. Por fín, dijo: mire en el interior".

Este sucedido que recogen Bennet y Goleman (Emotional Alchemy, Londres, 2001) nos enseña tres cosas:

Primera, que cuando hacemos una pregunta, lanzamos un reto. Sabes cómo empieza la cosa, pero no cómo acaba. Y hay que dejar crear.

Segunda, que es mejor lanzar preguntas abiertas que cerradas. A lo mejor es más incómodo, porque de las preguntas abiertas no tenemos la respuesta, pero con preguntas abiertas los niños y los jóvenes crean más.

Y tercera, que lo obvio es a veces invisible para los ojos de algunos de nosotros, maestros miopes.


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