Me acuerdo de un profesor que afrontaba la reunión con los padres de principio de curso como un sacrificio, sabiendo que
no era lo suyo. Que “lo suyo” era dar clase. Para eso se había hecho profesor, precisamente.
La
reunión la preparaban otros, que le indicaban lo que tenía que decir: que si el
horario, que si las normas, que si las fechas de examen, que si las salidas
fuera del Colegio… Ni los otros ni él se preocupaban de cómo hacerlo. Al parecer no era importante.
Un día un amigo suyo se metió en una de esas reuniones, y al acabar, mientras tomaban una cerveza, le preguntó a ver por qué dejaba fuera del aula su encanto personal, a ver por qué interpretaba. Le dijo que delante de aquellos adultos, él aparecía como un mandado, como una persona aburrida, mal comunicador y poco dinámico. A un padre que estaba al lado le oyó comentar "no me extraña que se duerman los chavales en clase..."
Y tomó la decisión
de aprender a conducir reuniones. Y empezaba las que tenía con los padres de 1º
ESO, en lugar de con el anterior "bueno, nos os preocupéis, que solo vamos a estar media hora, si no tenéis preguntas" con el "qué suerte tenemos, vosotros y yo, de ser padres y tutor de chavales de 12 años, lo que vamos a aprender juntos este año..."
Sólo con cambiar la mirada.
Y qué ceguera provoca la rutina llenándonos los ojos de legañas. Abriré bien los ojos y miraré de nuevo todo, cada día.
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