Me llamo Daniel. Tengo 16 años y vivo en Avilés, con mi prima Ana y con mis abuelos, De mis padres solo se que están en un sitio donde no les puedo ver. Cada cierto tiempo recibo en mi casa visitas de Asuntos Sociales. Gente que dice cosas que no entiendo, y algunas cosas que sí entiendo. Entre ellas, que dentro de dos años me las tendré que apañar yo solo. Por las mañanas leo el periódico que dejan en el pasillo del Colegio. Hoy he visto que Paul Gasol ha entrado en la historia de la NBA, al anotar no sé cuántos miles de puntos. Y pararon el partido y le dieron un premio. Me pregunto si alguna vez entraré yo en la historia. En alguna historia. La semana pasada pegué a mi abuela. Los mismos demonios que me habitaban cuando lo hice, luego no me dejaron dormir, y cuando a la mañana siguiente llegué al Colegio no podía parar de llorar, ni de gritar que quería morirme allí mismo porque había pegado a mi abuela, y mi abuela es una buena persona, y me quiere. Mi tutor se quedó conmigo todo el rato, y me abrazó como no recuerdo que me hayan abrazado nunca, rodeándome con sus brazos y acariciando mi cabeza. Mi tutor se llama Julián. Mi abuela no me abraza porque tiene miedo, pero Julián no, ni Aiala, la Jefa de Estudios, ni Juan, el Director, que estaba con mi prima Ana, que tampoco había dormido en toda la noche, con mis gritos. Todos estuvieron conmigo hasta que vino la ambulancia. Allí mismo me pusieron una inyección para que me calmara y me llevaron al hospital. También me pregunto si a Julian, o a Aiala, o a Juan, les darán un premio como el que le dieron a Pau Gasol. Que seguro que no, porque sus puntos no cuentan en ninguna estadística (en educación solo se miden resultados importantes, y, por lo visto, las vidas salvadas en la escuela no cuentan).
Lo mejor de la entrada de la innovación en la escuela es que los maestros descubrimos que las cosas se pueden hacer mejor, y no igual que siempre. Lo peor, que muchos acabamos pensando que todo lo nuevo es bueno, y que lo anterior es malo. Estábamos perdiendo el equilibrio y tocaba recolocarse. Este ensayo de Alberto Royo ayuda a recuperar el equilibrio. Nos recuerda que la escuela está para enseñar y que a la escuela se va a aprender: " el profesor ha de servir al conocimiento, y ser la vía de transmisión hacia el alumno ". Dos cosas que se nos estaban olvidando, de tanto poner la felicidad en el apartado de los objetivos de la escuela, y de tanto subrayar que al maestro le toca sacar (de no se sabe qué parte de los alumnos lo que estos ya sabían pero no sabían que sabían) y no meter (en ellos, el conocimiento que no tenían). ¿Que cuánto tiene que saber un maestro? Mucho. ¿Que como tiene que transmitirlo? Muy bien. Usando la metodología que mejor se adapta a cada momento.
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