“Vosotros siempre os laváis las manos”, le dijo una señora a
la tutora de su hijo de doce años, delante de los padres y las madres de todos
los demás, entre los cuales estaba yo. Y el caso es que la tutora no se había
lavado las manos en nada. Solo estaba explicando que, una vez que un niño llega
a 1º de la ESO, es conveniente hacer cosas que refuercen su autonomía. Por
ejemplo, es más autónomo aquel chaval que se sienta a hacer deberes él solito
que aquel al que sientan a hacer deberes. Y más autónomo aún es el que hace sus
tareas porque es bueno repasar lo trabajado en clase, que aquel que los hace
porque al día siguiente se los vaya a revisar la profesora.
A mí aquella contestación me pareció una falta de respeto. Y
de las gordas. Pero claro, en un país el que decir a unos agentes de la Guardia
Urbana que son “una vergüenza” (que es lo que hizo Piqué) solo es falta “leve”,
me entran dudas.
De cualquier manera, falta de respeto o no, leve o grave, me
parece que el prestigio de la tutora de mi hijo quedó tocado, y el de otros
profesores compañeros suyos, también, porque aquella persona argumentó con
vehemencia que los profesores siempre se lavan las manos delante de los
problemas de los niños y de sus padres. Alguno pensaría que es verdad.
La Consejera de Educación del Gobierno Vasco presentaba hace unos días la campaña “Irakaslea naiz – Soy profesora, soy profesor” cuyo objetivo
es el de “impulsar un mayor
reconocimiento social ante su importante labor”.
No sé si conseguirá el objetivo. Si acabada la campaña los
profesores habrán recobrado algo del prestigio perdido. Pero si sirviera para
ampliar el consenso social acerca de lo que es la labor de los docentes, ya
habrá merecido la pena el esfuerzo. ¿Para qué está un profesor? Algunos creen
que para dar clase, para impartir conocimientos, pero no es así. Nadie da lo que no tiene. Y el conocimiento,
al menos el más accesible, ya no está en él. Antes sí, pero ya no. O, al menos,
no solo.
En este mundo de información saturada, contradictoria, de
verdades de unos y mentiras de otros, en este mundo de información superficial y
vana, el profesor está para ayudar a aprender a conducir en la niebla. Para
enseñar a separar la información relevante de la irrelevante. Para enseñar a
distinguir el grano, de la paja, el bosque, del árbol, la velocidad, del
tocino, el culo, de las témporas.
Y lo hace conduciendo en la niebla. No explicando la teoría
– aunque sea en pizarra digital- de cómo se conduce en condiciones de
visibilidad reducida. Porque los profesores están para ser modelo de referencia
de sus alumnos, y no para explicar un temario o una asignatura (¿por qué estudiamos
las cosas tan divididas si luego tenemos que vivirlas todas juntas?).
Ya ven, a uno le preocupa más el ser del maestro que lo que
haga. Cómo vive que lo que sepa. El sitio que ocupe en la escuela, y en la
sociedad, que cómo “de” la clase. Porque “dar” la clase es importante, pero
también lo es tratar con padres, e incorporarlos a la
tarea de educar, de la que muchos dimitieron hace tiempo. Y también lo es crear,
con los demás profesores, equipos de trabajo que innoven, que creen, que
imaginen un futuro mejor y lo prefiguren en la escuela, para que los niños
salgan de ella con ganas de pelear por él.
Y en eso nos jugamos el prestigio. En la impecabilidad. Lo
digo para rebajar las expectativas de la campaña del Gobierno Vasco. Ésta no
nos devolverá todo el prestigio que perdimos, porque nadie nos puede dar lo que
está en nuestras manos hacer. Son los profesores y profesoras los que tienen
que empezar por acometer acciones eficaces para elevar el prestigio de la
profesión, para ganarlo a los ojos de los demás.
Solo un ejemplo de acción eficaz: preparar los encuentros
con grupos de padres de manera que salgan de la reunión encantados, y no
diciendo “no me extraña que los alumnos se duerman en clase”; convencidos de
haber participado de un acontecimiento comunicativo, de haber estado en un
sitio en el que pasan cosas; convencidos de ser importantes para aquel tutor, y
no meros clientes de un servicio que no sabe venderse; contentos por haber
conocido a alguien en quien merece la pena confiar a sus hijos, porque sabe de
educar, porque tiene claras las ideas.
Lo decisivo es el profesor. Habrá
clases sin pizarras digitales y hasta sin pupitres, pero no sin profesor. Y eso
es lo mejor que nos trae la campaña. Que nos hace mirar a donde más importa. Lo peculiar de esta profesión es que, al final, eres tú y los
alumnos. Si se quiere mejorar el sistema, que es lo que hay que hacer, no hay
que empezar por la cosa, sino por quienes tienen la posibilidad de cambiar la
cosa: los profesores.
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