Hay personas que trabajan a jornada completa. Y hay otras personas que hacen jornada doble, sin cobrar más que una, o media, y sin exigir nada a cambio, ni siquiera el reconocimiento de la sociedad.
Es el caso de Sonia y de Isabel, que por la mañana gestionan y dan clase en uno de los mejores colegios de Bachillerato y de Formación Profesional de Grado Superior del país y por la tarde, la noche y el amanecer acompañan a las niñas que las autoridades ponen a su cuidado.
No hacen este doble trabajo por amor al arte, sino por amor a los niños. Un amor sonriente, cargado de sensibilidad y de buen rollo, que se pega a las paredes y a las aulas del colegio convirtiéndolo en un lugar de acogida y de respeto. Otra muestra más - y van... -de que para que haya escuela no hacen falta ni wifi en todas las aulas, ni pizarras digitales ni 1x1 en ordenadores, sino profesores. Gente buena.
Salvan vidas.
Recuperan para la alegría de vivir a personas a las que la vida quitó demasiadas cosas necesarias demasiado pronto.
Me recuerdan al Rieux de La peste, de Camus, que no aceptaba la bondad de una creación en la que los niños son torturados, y que trabajaba sin descanso por revertir sus términos.
Sonia e Isabel, y sus compañeras, se dan dos horas para sí los sábados. Nada más.
Y ya he pedido a Dios que multiplique los minutos de esas horas por dos, al menos, para ellas.
Es el caso de Sonia y de Isabel, que por la mañana gestionan y dan clase en uno de los mejores colegios de Bachillerato y de Formación Profesional de Grado Superior del país y por la tarde, la noche y el amanecer acompañan a las niñas que las autoridades ponen a su cuidado.
No hacen este doble trabajo por amor al arte, sino por amor a los niños. Un amor sonriente, cargado de sensibilidad y de buen rollo, que se pega a las paredes y a las aulas del colegio convirtiéndolo en un lugar de acogida y de respeto. Otra muestra más - y van... -de que para que haya escuela no hacen falta ni wifi en todas las aulas, ni pizarras digitales ni 1x1 en ordenadores, sino profesores. Gente buena.
Salvan vidas.
Recuperan para la alegría de vivir a personas a las que la vida quitó demasiadas cosas necesarias demasiado pronto.
Me recuerdan al Rieux de La peste, de Camus, que no aceptaba la bondad de una creación en la que los niños son torturados, y que trabajaba sin descanso por revertir sus términos.
Sonia e Isabel, y sus compañeras, se dan dos horas para sí los sábados. Nada más.
Y ya he pedido a Dios que multiplique los minutos de esas horas por dos, al menos, para ellas.
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