¿A alguien le parece mal que la escuela, la pública y la privada, "adoctrine" en el respeto, o en la igualdad, o en la tolerancia?
Claro que no. Porque la escuela, entre otras cosas, construye sobre los valores en los que se asienta la convivencia entre las personas de la sociedad en la que está presente.
En nuestra sociedad hay maneras muy diferentes de entenderlo todo. Es lo que tiene ser distintos. Y la escuela está ahí, en esa sociedad, y no en su margen.
Detrás que muchos de quienes critican por adoctrinadora a la escuela catalana, o a la escuela cristiana, o a la escuela de este barrio, o de aquel, está una manera de entender la escuela como mera transmisora de conocimientos. Esto es, que si la escuela va más allá de explicar logaritmos, el past perfect simple, la tabla periódica y el funcionamiento del aparato excretor de los humanos, adoctrina. Y eso no está bien.
Pongamos la palabra democracia. La cosa no va de que la escuela adoctrine, sino de que el significante "democracia", en una sociedad, signifique una cosa, y otra cosa distinta, o que signifique una cosa, primero, y otra cosa, después. Que "democracia es poder votar" y que "democracia es respetar el imperio de la Ley". El problema es que no pueda significar lo uno y lo otro, también, y cada cosa con sus matices.
Si democracia es poder votar, y solo poder votar, o ante todo, poder votar, se puede votar todo y se puede votar sin seguir ningún cauce legal: la expulsión por parte de la comunidad de un vecino molesto o la secesión de un barrio de la ciudad que lo alberga. Como democracia es poder votar, entonces, si los alumnos de 4º de la ESO deciden votar para reprobar a un profesor, pues votan, y el director reprueba al profesor. Y si no lo hace, el director no respeta la democracia.
Si democracia es respetar el imperio de la Ley, no se puede votar lo que la mayoría parlamentaria de turno dice que es intocable, porque está en la Constitución, o en la Ley. Y si quieres votar sobre ello tienes que cambiar la Constitución, o la Ley. Y entonces, en este instituto del que hablamos, los alumnos no pueden expresar su opinión si no es a través de sus representantes en el Consejo Escolar. Y si quieren hacerlo de otra forma, tendrán que poner el marcha el mecanismo de modificación del Reglamento de Régimen Interior, que no saben ni que existe (el director tampoco suele saber donde lo tiene guardado).
No es la escuela el problema. El problema es no saber incorporar el pluralismo, de lenguas, y de ideas, y de maneras de entender las cosas, a nuestra manera de vivir con los demás. En la escuela, en la calle y en los Parlamentos.
Lo que tiene pendiente la sociedad, lo tiene pendiente la escuela.
Claro que no. Porque la escuela, entre otras cosas, construye sobre los valores en los que se asienta la convivencia entre las personas de la sociedad en la que está presente.
En nuestra sociedad hay maneras muy diferentes de entenderlo todo. Es lo que tiene ser distintos. Y la escuela está ahí, en esa sociedad, y no en su margen.
Detrás que muchos de quienes critican por adoctrinadora a la escuela catalana, o a la escuela cristiana, o a la escuela de este barrio, o de aquel, está una manera de entender la escuela como mera transmisora de conocimientos. Esto es, que si la escuela va más allá de explicar logaritmos, el past perfect simple, la tabla periódica y el funcionamiento del aparato excretor de los humanos, adoctrina. Y eso no está bien.
Pongamos la palabra democracia. La cosa no va de que la escuela adoctrine, sino de que el significante "democracia", en una sociedad, signifique una cosa, y otra cosa distinta, o que signifique una cosa, primero, y otra cosa, después. Que "democracia es poder votar" y que "democracia es respetar el imperio de la Ley". El problema es que no pueda significar lo uno y lo otro, también, y cada cosa con sus matices.
Si democracia es poder votar, y solo poder votar, o ante todo, poder votar, se puede votar todo y se puede votar sin seguir ningún cauce legal: la expulsión por parte de la comunidad de un vecino molesto o la secesión de un barrio de la ciudad que lo alberga. Como democracia es poder votar, entonces, si los alumnos de 4º de la ESO deciden votar para reprobar a un profesor, pues votan, y el director reprueba al profesor. Y si no lo hace, el director no respeta la democracia.
Si democracia es respetar el imperio de la Ley, no se puede votar lo que la mayoría parlamentaria de turno dice que es intocable, porque está en la Constitución, o en la Ley. Y si quieres votar sobre ello tienes que cambiar la Constitución, o la Ley. Y entonces, en este instituto del que hablamos, los alumnos no pueden expresar su opinión si no es a través de sus representantes en el Consejo Escolar. Y si quieren hacerlo de otra forma, tendrán que poner el marcha el mecanismo de modificación del Reglamento de Régimen Interior, que no saben ni que existe (el director tampoco suele saber donde lo tiene guardado).
No es la escuela el problema. El problema es no saber incorporar el pluralismo, de lenguas, y de ideas, y de maneras de entender las cosas, a nuestra manera de vivir con los demás. En la escuela, en la calle y en los Parlamentos.
Lo que tiene pendiente la sociedad, lo tiene pendiente la escuela.
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