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De fácil, nada.

Una vez, hace muchos años, fui testigo en Bilbao de un accidente. Y me tomó declaración un agente de la Policía Municipal. Profesional y amable.

Bilbao es muy pequeño, y a los pocos meses de aquello, cuando me cambié de asiento en San Mamés, me encontré con que ese agente tenía el suyo en la fila anterior, muy cerca de mí.

Estábamos en los noventa, y yo peleaba a mi manera contra el silencio en torno a "La Cosa" (así es como Iban Zaldua -"Como si todo hubiera pasado", Galaxia Gutenberg, Barcelona 2018- y sus amigos llaman al conflicto vasco). Echaba algunas horas en la Asociación Pro Derechos Humanos del País Vasco, que por entonces puso en marcha la campaña "ya no me callo". La iniciativa consistía en enviar masivamente a las sedes de Herri Batasuna tarjetas en las que aparecía escrita la frase "ya no me callo", pidiéndole que las enviara a la banda armada.

Del entorno de la izquierda abertzale salió la contra-campaña: "ya no me callo: gora ETA", rezaban las pegatinas y carteles que empezaron a aparecer en la ciudad. Unas cuantas de esas pegatinas iban en el bolsillo de aquel policía municipal, y aquella tarde de sol y futbol en La Catedral, con la euforia que da ir ganando dos - cero al descanso, sacó una y la pegó en el respaldo de su asiento, en un lugar bien visible para todos, con un golpe de "ahí queda eso", e hizo lo mismo en los respaldos de los asientos de algunos amigos de su cuadrilla.




Con historias como las que vivimos tantos se tejen los 42 cuentos de "Como si todo hubiera pasado". Nos hablan de la relación de la sociedad vasca con la violencia. Nos muestran una sociedad compleja. Y a mi me obligaron a recordar cuánta complejidad hay en aquello que viví sin demasiada reflexión.

"Esto es muy fácil", solemos decir los maestros cuando empezamos una explicación, como para disponer al alumno a favor del aprender.

"Esto es complejo, no se entiende fácilmente, y requiere pensar", deberíamos decir, tantas veces.

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