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Democracia: todo por hacer

Me llamaron del aula social de una parroquia del centro de Bilbao para hablar de la importancia de participar en las elecciones, de votar.

Se me ocurrió contarles un cuento, que tomé prestado del libro de Eloy Moreno "Cuentos para entender el mundo 2"

Dos amigos, tras varios años estudiando y trabajando en un taller, habían finalizado su formación para convertirse en zapateros.
Hablaban ahora de cumplir su gran sueño: montar cada uno de ellos su propio negocio.
Pero como en su ciudad ya había muchos establecimientos que vendían y reparaban calzado, decidieron buscar otro lugar. Se rumoreaba que existía una isla lejana en la que aún no había abierto ninguna zapatería.
Así que decidieron cada uno de ellos montar su propio negocio allí.
Tras casi un año de vida en la isla, ambos volvieron para hacer una visita a sus respectivas familias.
El primero de ellos, en cuando llegó a casa de sus padres, entró triste y desolado.
- Hola, hijo -le recibieron- pero... ¿qué ocurre? ¿Cómo ha ido el negocio?
- La verdad es que bastante mal -contestó disgustado-, creo que voy a tener que cerrar.
- Pero, ¿y eso? ¿Qué ha ocurrido?
- No os lo vais a creer, pero allí nadie lleva zapatos. Todo el mundo va descalzo. 
A los pocos días, el segundo zapatero llegó también a la ciudad a ver a su familia. En cambio éste llegó muy alegre e ilusionado. 
En cuanto entró en casa sus padres le preguntaron:
- ¿Qué tal va el negocio, hijo?

- Muy bien, muy bien, la verdad es que en breve tendré que contratar a alguien para que me ayude, pues yo solo ya no puedo atender a tantos clientes.
- ¿Y eso?
- No os lo vais a creer, pero allí nadie lleva zapatos. Todo el mundo va descalzo.

Que no haya nada que hacer, o que esté todo por hacer, solo depende de la mirada que tengamos sobre la realidad.

Hay dos miradas del miedo, al menos, que dicen que votar no merece la pena. Una dice que para qué votar, si los que deciden no son los gobernantes, sino los mercados. Otra dice que para qué, si todo es mentira. Si acceder a la verdad es imposible.

Y hay una mirada del compromiso: el que mamamos en casa, donde nos enseñaron a ocuparnos de nuestras cosas, incluyendo las cosas que, por ser públicas, también son nuestras. El que aprendimos en la parroquia leyendo con otros el evangelio, para que ver qué quería decir ahora lo escrito entonces. Y el que aprendimos en el partido, en el sindicato o en la asociación: que juntos somos mejores, que hay que renunciar a algo para conseguir a algo mayor y que la verdad se encuentra juntando lo mejor de cada uno.

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