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Chorrudeces y tufihuelas

He terminado de leer "Los asquerosos", la estupenda novela de Santiago Lorenzo.

Siempre que hablo con profesores de competencia comunicativa y de habilidades conversacionales, les pido que, cuando hablen con los padres, y con los alumnos, y con los inspectores, y con quien sea, huyan de las frases hechas y de los lugares comunes. Que escriban lo que quieren decir y que luego busquen las palabras. Palabras cargadas de rigor y de sensibilidad, que para eso somos maestros.

El protagonista de la novela retrata así a sus inesperados y repelentes vecinos: hablaban muy adscritos a fórmulas predeterminadas. "Recargar las pilas", "planes con niños", "escapada", tufihuelas así. Decían "divina de la muerte", "momentazo", paquetillos verbales a base de fraseo prestado, botes de caca semántica consensuada que se recambia década a década, pero constituyendo siempre la señal oral del lerdo. "Cómo ser madre y no morir en el intento", qué risa. La de "los hijos vienen sin manual de instrucciones" siempre provocaba gran alborozo, así se repitiera a cada minuto. Chorrudeces a palangana llena (...) Se habían dejado abducir por los comentaristas de la tele, que todo lo arreglan con "hoja de ruta", las "espadas en alto", la "línea roja", y con que si "yo no tengo una bola de cristal", peditos reproducidos a millares con los que un tertuliano se echa al coleto un buen pasar en debates de cualquier horario. Salía mucho "calidad de vida", la formulación con la que los desmigados se intentan convencer de que están contentos.

Pues eso.


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