Santiago Moll me llevó en 2016 hasta El elemento después de haber oído hablar decenas de veces de Sir Ken Robinson. A Montserrat del Pozo, a Richard Gerver y a cuantos piensan y escriben que la escuela tiene que cambiar.
Y que todo empieza por maestros que entiendan la educación y la vida en la escuela como lo que da sentido a sus días y sus noches.Me dejó incómodo. Porque denuncia que la escuela mata la creatividad, con tanta obsesión por el programa, y con una organización que la ahoga.
Y me enseñó que no se puede explicar nada, a nadie, si no es empezando con una buena historia. El libro empieza así: hace unos años oí una historia maravillosa que me gusta mucho explicar. Una maestra de primaria estaba dando una clase de dibujo a un grupo de niños de seis años de edad. Al fondo del aula se sentaba una niña que no solía prestar demasiada atención; pero en la clase de dibujo sí lo hacia. Durante más de veinte minutos la niña permaneció sentada ante una hoja de papel, completamente absorta en lo que estaba haciendo. A la maestra aquello le pareció fascinante. Al final le preguntó que estaba dibujando. Sin levantar la vista, la niña contestó: "Estoy dibujando a Dios". Sorprendida, la maestra dijo: "Pero nadie sabe qué aspecto tiene Dios".
La niña respondió: "lo sabrán enseguida".
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