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Humanistas en fuga

El lunes pasado Rafael Argullol publicaba un artículo soberbio en El País. Yo lo he leído esta semana cada mañana mientras veía salir el sol. Así, a la vez que se hacía la luz por fuera, se hacía también por dentro. Por lo visto, no fuí el único. Esta mañana de domingo El País recoge la carta al director de un lector singular: Fabrizio Caivano (fundador de Cuadernos de Pedagogía). Y yo la pongo en vuestras pantallas por si la molicie dominical os impide (a muchos les pasa) bajar a comprar el periódico.


Como relata Rafael Argullol en su lúcido artículo Disparad contra la Ilustración (EL PAÍS, 7 de septiembre de 2009), yo también conozco a muchos profesores universitarios y de otros niveles que, sobrecogidos, verifican cada día la magnitud de la comedia educativa que deben oficiar.

Estudiantes de una ignorancia abismal que apenas saben leer y escribir, acomodados a la ley del mínimo esfuerzo y dispuestos a "divertirse hasta morir", los dos requerimientos de la sociedad que algunos cínicos llaman aún de "la información y el conocimiento". Y profesores jibarizados por la mediocridad de su entorno profesional y la hegemonía social del mercantilismo.

La Ilustración agoniza y los buenos profesores humanistas que sobreviven, acosados por la burocracia de su hábitat y la deshumanizadora banalidad de los medios de formación masiva, se van retirando pesarosos del escenario educativo.

Pronto sólo se recitará en las aulas el impostado monólogo de los oportunistas y la espantosa canción de los nuevos bárbaros. ¿Adiós a verdad, bondad y belleza? Que así no sea.

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