Mario es un niño de diez años que tiene un laboratorio en su cuarto. Mario es el protagonista del libro que Xavi y yo hemos leído juntos este verano ("El Laboratorio de Mario"). En el último capítulo lo dejamos apuntando en su cuaderno los resultados de su última investigación: después de dejar unos saltamontes muertos en el joyero de su hermana Isabelle, tomaba tiempos para saber cuánto tiempo tarda una hermana en encontrar insectos muertos en su joyero, y después establecer las correcciones oportunas.
En la misma linea, Roger Schank, investigador de la teoría del aprendizaje, dice ayer en La Vanguardia cosas que podrían hacer temblar los débiles cimientos profesionales que cualquier profesor se empeña en apañar estos días, para que le duren hasta junio: que estamos enseñando las materias equivocadas con la metodología equivocada, porque no todos los niños son iguales ni deben aprender lo mismo.
El lenguaje de la entrevista es provocador, y las ideas, breves y muy poco matizadas, son como pequeños torpedos a nuestra linea de flotación. Podemos mover el barco con habilidad y que pasen de largo, leer el artículo, sonreir con benevolencia ante la ingenuidad y a otra cosa, mariposa.
O podemos quedarnos con la verdad que encierra - en lugar de exponer a los alumnos a profesores, tenemos que exponerles a la vida - y pensar, diez minutos, en nuestro quehacer profesional, ese que empieza otra vez el día seis o el día siete: ¿Somos un muro, entre ellos y la vida, o el camino que les conduce hasta ella?
Diez minutos.
¿Muro interpuesto, o camino?
En la misma linea, Roger Schank, investigador de la teoría del aprendizaje, dice ayer en La Vanguardia cosas que podrían hacer temblar los débiles cimientos profesionales que cualquier profesor se empeña en apañar estos días, para que le duren hasta junio: que estamos enseñando las materias equivocadas con la metodología equivocada, porque no todos los niños son iguales ni deben aprender lo mismo.
El lenguaje de la entrevista es provocador, y las ideas, breves y muy poco matizadas, son como pequeños torpedos a nuestra linea de flotación. Podemos mover el barco con habilidad y que pasen de largo, leer el artículo, sonreir con benevolencia ante la ingenuidad y a otra cosa, mariposa.
O podemos quedarnos con la verdad que encierra - en lugar de exponer a los alumnos a profesores, tenemos que exponerles a la vida - y pensar, diez minutos, en nuestro quehacer profesional, ese que empieza otra vez el día seis o el día siete: ¿Somos un muro, entre ellos y la vida, o el camino que les conduce hasta ella?
Diez minutos.
¿Muro interpuesto, o camino?
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