Fue una suerte compartir una hora de trabajo en Santoña con Gloria Sagasti, cuentacuentos, ciudadana del mundo, de origen vasco, animadora de la lectura en las Bibliotecas de Gijón, y a la que conocí en León.
Como siempre me voy detrás de las personas que tienen historias que contar, la seguí, y entre risas contó lo que le ocurrió a aquellas dos ranas que vivían en la granja. Hay que irse de aquí como sea, decía una a la otra, yo me ahogo en este cuchitril. Y después de meses de dar la murga, la convenció, y se fueron las dos ranas, saltando la valla, y dando con su cuerpo entero en un barreño lleno de leche que había en la puerta.
La madre que me parió, gritaba la rana osada. Meses para convencer a esta rana conformista y vamos a ir a morir en el minuto uno del sueño de la libertad. Efectivamente, la rana que estaba a gusto en la granja se ahogó (las ranas saltan, no nadan), pero la otra empezó a mover sus ancas mientras decía que ni hablar, que no había saltado la valla para morir a la puerta de la granja, ni hablar, no y no, y venga a mover las patas, las ancas, las manos, los brazos y todo lo que tuviera pinta de extremidad y se moviera, hasta que convirtió la leche en mantequilla y se sentó encima, triunfante, a disfrutar de los primeros minutos de la vida nueva que estrenaba.
Todos los que oíamos a Gloria éramos directivos de la escuela cristiana, y sonreíamos tristes recordando el momento del curso en el que dejamos de mover las patas.
No sabíamos que moviéndolas hasta el final podíamos cambiarlo todo.
Gracias, Gloria!!
Como siempre me voy detrás de las personas que tienen historias que contar, la seguí, y entre risas contó lo que le ocurrió a aquellas dos ranas que vivían en la granja. Hay que irse de aquí como sea, decía una a la otra, yo me ahogo en este cuchitril. Y después de meses de dar la murga, la convenció, y se fueron las dos ranas, saltando la valla, y dando con su cuerpo entero en un barreño lleno de leche que había en la puerta.
La madre que me parió, gritaba la rana osada. Meses para convencer a esta rana conformista y vamos a ir a morir en el minuto uno del sueño de la libertad. Efectivamente, la rana que estaba a gusto en la granja se ahogó (las ranas saltan, no nadan), pero la otra empezó a mover sus ancas mientras decía que ni hablar, que no había saltado la valla para morir a la puerta de la granja, ni hablar, no y no, y venga a mover las patas, las ancas, las manos, los brazos y todo lo que tuviera pinta de extremidad y se moviera, hasta que convirtió la leche en mantequilla y se sentó encima, triunfante, a disfrutar de los primeros minutos de la vida nueva que estrenaba.
Todos los que oíamos a Gloria éramos directivos de la escuela cristiana, y sonreíamos tristes recordando el momento del curso en el que dejamos de mover las patas.
No sabíamos que moviéndolas hasta el final podíamos cambiarlo todo.
Gracias, Gloria!!
Espléndido.
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