Llegada una edad, cada maestro puede ya contar su historia. Al menos, algún capítulo.
El capítulo uno de mi historia es el de los alumnos que me llevaron al límite de mi competencia. Gracias a ellos supe que tenía más habilidades de las que creía. Estaban sepultadas debajo de conocimientos inútiles.
Vanessa me preguntaba lo que yo no sabía. Y se lo intentaba explicar.
Josemi siempre estaba en desacuerdo con lo que yo decía. Con todo lo que decía. Y me empeñaba en presentar las cosas de otra manera, a ver si así...
Urko se saltaba cada norma. E intenté hacerme colega suyo.
Rocío no tenía ningún interés en casi nada. Lo importante de su vida no se jugaba en el colegio. Y no me di cuenta de ello en todo el año que compartí con ella.
Vanessa, Josemi, Urko y Rocío son cuatro tipos de alumno que todo profesor termina encontrándose, en algún momento de su carrera.
Los alumnos Vanessa me enseñaron a contestar "no lo sé" cuando no sabía la respuesta. A buscar, cuando la respuesta no estaba a mano. Y a valorar más las buenas preguntas que las respuestas correctas (hoy sé que no hay respuestas correctas).
Los alumnos Josemi me enseñaron a hablar menos. A valorar la experiencia y la inexperiencia de otros. A descubrir que el objetivo no era que los alumnos compartieran mis ideas, ni las de nadie, sino que mis ideas, y las ideas del Colegio, y las ideas de todos, le sirvieran para construir las suyas.
Los alumnos Urko me enseñaron a ver que los alumnos necesitan profesores, no colegas (esos ya los buscan ellos); no gente que les diga que sí, sino gente que les diga que no, que hasta aquí has llegado y que de aquí no pasas.
Y los alumnos Rocío me enseñaron a escuchar lo que decían sus posturas, sus miradas, sus pintadas en la mesa, las fotos de sus carpetas, los retrasos y las piras, y me gritaban que era desde ahí donde había que construir aprendizaje. Porque es donde están.
El capítulo uno de mi historia es el de los alumnos que me llevaron al límite de mi competencia. Gracias a ellos supe que tenía más habilidades de las que creía. Estaban sepultadas debajo de conocimientos inútiles.
Vanessa me preguntaba lo que yo no sabía. Y se lo intentaba explicar.
Josemi siempre estaba en desacuerdo con lo que yo decía. Con todo lo que decía. Y me empeñaba en presentar las cosas de otra manera, a ver si así...
Urko se saltaba cada norma. E intenté hacerme colega suyo.
Rocío no tenía ningún interés en casi nada. Lo importante de su vida no se jugaba en el colegio. Y no me di cuenta de ello en todo el año que compartí con ella.
Vanessa, Josemi, Urko y Rocío son cuatro tipos de alumno que todo profesor termina encontrándose, en algún momento de su carrera.
Los alumnos Vanessa me enseñaron a contestar "no lo sé" cuando no sabía la respuesta. A buscar, cuando la respuesta no estaba a mano. Y a valorar más las buenas preguntas que las respuestas correctas (hoy sé que no hay respuestas correctas).
Los alumnos Josemi me enseñaron a hablar menos. A valorar la experiencia y la inexperiencia de otros. A descubrir que el objetivo no era que los alumnos compartieran mis ideas, ni las de nadie, sino que mis ideas, y las ideas del Colegio, y las ideas de todos, le sirvieran para construir las suyas.
Los alumnos Urko me enseñaron a ver que los alumnos necesitan profesores, no colegas (esos ya los buscan ellos); no gente que les diga que sí, sino gente que les diga que no, que hasta aquí has llegado y que de aquí no pasas.
Y los alumnos Rocío me enseñaron a escuchar lo que decían sus posturas, sus miradas, sus pintadas en la mesa, las fotos de sus carpetas, los retrasos y las piras, y me gritaban que era desde ahí donde había que construir aprendizaje. Porque es donde están.
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