Cuando veo a niños haciendo deberes en verano me digo: esto no funciona. No me refiero me refiero a leer, cosa tan sana así en verano como en invierno, sino a deberes de los de verdad, de los de cuatro páginas diarias del cuaderno santillana.
Cuando veo el miedo de los padres a que sus hijos acaben engrosando las filas de los del llamado "fracaso escolar", condenados al infierno de vagar sin rumbo por la selva de la adolescencia, me digo: esto no funciona. Porque no se puede educar con miedo.
Y cuando leo que sólo un tercio de los niños reúnen las habilidades idóneas para un entorno escolar convencional, me digo que esto, lo que no funciona, es la escuela que tenemos.
Por eso hay que cambiarla.
Cuando veo el miedo de los padres a que sus hijos acaben engrosando las filas de los del llamado "fracaso escolar", condenados al infierno de vagar sin rumbo por la selva de la adolescencia, me digo: esto no funciona. Porque no se puede educar con miedo.
Y cuando leo que sólo un tercio de los niños reúnen las habilidades idóneas para un entorno escolar convencional, me digo que esto, lo que no funciona, es la escuela que tenemos.
Por eso hay que cambiarla.
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