Sofía se incorpora a este esfuerzo por diseñar el mosaico de competencias del profesor, y nos deja este relato:
Mi mamá era hija de una pareja de campesinos de Entre Ríos. Nació y creció en el campo entre animales, pájaros y flores. Ella nos contó que una mañana, mientras paseaba por el bosque recogiendo ramas caídas para encender el fuego del horno, vio un capullo de gusano colgando de un tallo quebrado. Pensó que sería más seguro para la pobre larva llevarla a la casa y adoptarla a su cuidado. Al llegar, la puso bajo una lámpara para que le diera calor y la arrimó a una ventana para que el aire no le faltara.
Durante las siguientes horas mi madre permaneció al lado de su protegida esperando el gran momento. Después de una larga espera, que no terminó hasta la mañana siguiente, la joven vio que el capullo se rasgaba y una patita pequeña y velluda se asomaba desde dentro. Todo era mágico y mi mamá nos contaba que tenía la sensación de estar presenciando un milagro. Pero, de repente, el milagro pareció volverse tragedia. La pequeña mariposa parecía no tener la fuerza suficiente para romper el tejido de su cápsula. Por más que hacía fuerza no conseguía salir por la pequeña perforación de su casita efímera. Mi madre no podía quedarse sin hacer nada. Corrió hasta el cuarto de las herramientas y regresó con un par de pinzas delicadas y una tijera larga, fina y afilada que mi abuela usaba en el bordado. Con mucho cuidado de no tocar al insecto, fue cortando una ventana en el capullo para permitir que la mariposa saliera de su encierro. Después de unos minutos de angustia, la pobre mariposa consiguió dejar atrás su cárcel y caminó a tumbos hacia la luz de la ventana.
Cuenta mi madre que, llena de emoción, abrió la ventana para despedir a la recién llegada, en su vuelo innaugural. Sin embargo, la mariposa no salió volando, ni siquiera cuando la punta de las pinzas le rozó suavemente. Pensó que estaba asustada por su presencia y la dejó junto a la ventana abierta, segura de que no la encontraría al regresar.
Después de jugar toda la tarde, mi madre volvió a su cuarto y encontró junto a la ventana a la mariposa inmóvil, las alitas pegadas al cuerpo, las patitas tiesas hacia el techo. Mi mamá siempre nos contaba con qué angustia fue a llevar el insecto a su padre, a contarle todo lo sucedido y a preguntarle qué más debería haber hecho para ayudarla mejor. Mi abuelo, que parece que era uno de esos sabios casi analfabetos que andan por el mundo, le acarició la cabeza y le dijo que no había nada más que debiera haber hecho, que en realidad la buena ayuda habría sido hacer menos y no más.
Las mariposas necesitan de ese terrible esfuerzo que significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes, explicó mi abuelo, el corazón late con muchísima fuerza y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta la sangre en las alas, que así se expanden y la capacitan para volar.
La mariposa que fue ayudada a salir de su caparazón nunca pudo expandir sus alas, porque mi mamá no le había dejado luchar por su vida. Mi mamá siempre nos decía que muchas veces le hubiera gustado aliviarnos el camino, pero recordaba a su mariposa y prefería dejarnos inyectar nuestras alas con la fuerza de nuestro propio corazón
Una conclusión: conviene no olvidar en la educación el valor del esfuerzo personal. Lo decía Horacio: "la adversidad tiene el don de despertar talentos ocultos que en la prosperidad hubiesen permanecido durmiendo".
Igual padres y profesores estamos allanando demasiado el camino a los hijos y alumnos proporcionándoles muchas cosas y resolviéndoles demasiadas preguntas, incluso antes de que se las hagan. Y se pierden valorar lo que cuesta de verdad ganarlas y el pelear más día a día en el proceso personal del aprendizaje.
Relato titulado "La mariposa", extraido del libro "Cuenta conmigo", de Jorge Bucay.
Gracias, Sofía!
Mi mamá era hija de una pareja de campesinos de Entre Ríos. Nació y creció en el campo entre animales, pájaros y flores. Ella nos contó que una mañana, mientras paseaba por el bosque recogiendo ramas caídas para encender el fuego del horno, vio un capullo de gusano colgando de un tallo quebrado. Pensó que sería más seguro para la pobre larva llevarla a la casa y adoptarla a su cuidado. Al llegar, la puso bajo una lámpara para que le diera calor y la arrimó a una ventana para que el aire no le faltara.
Durante las siguientes horas mi madre permaneció al lado de su protegida esperando el gran momento. Después de una larga espera, que no terminó hasta la mañana siguiente, la joven vio que el capullo se rasgaba y una patita pequeña y velluda se asomaba desde dentro. Todo era mágico y mi mamá nos contaba que tenía la sensación de estar presenciando un milagro. Pero, de repente, el milagro pareció volverse tragedia. La pequeña mariposa parecía no tener la fuerza suficiente para romper el tejido de su cápsula. Por más que hacía fuerza no conseguía salir por la pequeña perforación de su casita efímera. Mi madre no podía quedarse sin hacer nada. Corrió hasta el cuarto de las herramientas y regresó con un par de pinzas delicadas y una tijera larga, fina y afilada que mi abuela usaba en el bordado. Con mucho cuidado de no tocar al insecto, fue cortando una ventana en el capullo para permitir que la mariposa saliera de su encierro. Después de unos minutos de angustia, la pobre mariposa consiguió dejar atrás su cárcel y caminó a tumbos hacia la luz de la ventana.
Cuenta mi madre que, llena de emoción, abrió la ventana para despedir a la recién llegada, en su vuelo innaugural. Sin embargo, la mariposa no salió volando, ni siquiera cuando la punta de las pinzas le rozó suavemente. Pensó que estaba asustada por su presencia y la dejó junto a la ventana abierta, segura de que no la encontraría al regresar.
Después de jugar toda la tarde, mi madre volvió a su cuarto y encontró junto a la ventana a la mariposa inmóvil, las alitas pegadas al cuerpo, las patitas tiesas hacia el techo. Mi mamá siempre nos contaba con qué angustia fue a llevar el insecto a su padre, a contarle todo lo sucedido y a preguntarle qué más debería haber hecho para ayudarla mejor. Mi abuelo, que parece que era uno de esos sabios casi analfabetos que andan por el mundo, le acarició la cabeza y le dijo que no había nada más que debiera haber hecho, que en realidad la buena ayuda habría sido hacer menos y no más.
Las mariposas necesitan de ese terrible esfuerzo que significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes, explicó mi abuelo, el corazón late con muchísima fuerza y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta la sangre en las alas, que así se expanden y la capacitan para volar.
La mariposa que fue ayudada a salir de su caparazón nunca pudo expandir sus alas, porque mi mamá no le había dejado luchar por su vida. Mi mamá siempre nos decía que muchas veces le hubiera gustado aliviarnos el camino, pero recordaba a su mariposa y prefería dejarnos inyectar nuestras alas con la fuerza de nuestro propio corazón
Una conclusión: conviene no olvidar en la educación el valor del esfuerzo personal. Lo decía Horacio: "la adversidad tiene el don de despertar talentos ocultos que en la prosperidad hubiesen permanecido durmiendo".
Igual padres y profesores estamos allanando demasiado el camino a los hijos y alumnos proporcionándoles muchas cosas y resolviéndoles demasiadas preguntas, incluso antes de que se las hagan. Y se pierden valorar lo que cuesta de verdad ganarlas y el pelear más día a día en el proceso personal del aprendizaje.
Relato titulado "La mariposa", extraido del libro "Cuenta conmigo", de Jorge Bucay.
Gracias, Sofía!
¡Qué verdad y qué error, pretender para nustros alumnos..., hijos..., un mundo irreal en el que las respuestas aparecen antes que las necesidades!Como si de economía se tratara: "oferta y demanda". Pero claro, aquí se trata de personas, y la saturación de soluciones las convierte en seres endebles, que no resisten la más mínima dificultad.Pasa como con el exceso de limpieza, que acaba con la flora de la piel y hace que cualquier florecilla nos produzca un sarpullido.
ResponderEliminarEstá bien que los que nos movemos en este fascinante mundo de la educación hablemos entre nosotros de todas estas cosas.