La diferencia entre aquí y
allí no se termina de entender con un programa de Barrio Sésamo, ni incluyendo
los adverbios año tras año en el curriculum de la enseñanza obligatoria.
Primero, porque ya no dan Barrio Sésamo en la tele, y es una lástima, y
segundo, porque el curriculum no recoge que, desde que el mundo está
globalizado, el aquí y el allí no son lugares geográficos, sino que su
ubicación depende de la sensibilidad de cada uno. Así, para un niño que esté
sentado en un aula de un colegio de Barakaldo, o de Hernani, Ankara es aquí y
Paris es allí. Y para otro que está sentado a su lado, Ankara es allí y Paris
es aquí.
La diferencia entre el allí
y el aquí está mediada por la otra diferencia, más fundamental, como señalaba
Innerarity, entre el nosotros y los otros. Y entonces ya estamos a vueltas,
otra vez, con la identidad.
Y ahí es donde la escuela
pública, incluida la concertada, pone en juego su razón de ser: construir la
humanidad, y no explicar los adverbios. Yo la emplazo a trabajar en un nosotros
que no se entiende a partir de himnos, ni de banderas, ni de mapas, ni de
creencias religiosas. Un nosotros en el que cabe toda la humanidad doliente,
todos los niños de la tierra que sufren un sufrimiento insoportable,
inaceptable. Un nosotros que incluye a todos los migrantes, todos los huidos de
sus casas, todos los perseguidos por causa de la injusticia que generan otros.
Y un otros en el que están los que generan la injusticia, y los que engordan,
ellos y sus bolsillos, con ella.
Una escuela amiga del rigor
y enemiga de la estupidez, que envíe al rincón de pensar a los que dicen, por
ejemplo, que hay que proteger el nosotros Europa del trigo sucio que se esconde
entre los refugiados.
Aunque sean obispos.
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