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El tiempo, el implacable

Día quince de confinamiento. Supongamos, maestros, por un momento, que os dejan trabajar.

Que no os piden que, desde vuestra casa, con vuestro ordenador, y vuestra wifi, y vuestro hijo colgado de una oreja, sigáis con el programa, o cerréis la evaluación.

Que no os piden que hagáis como si no hubiese miedo, ni claustrofobia, ni estrés, ni angustia, ni gritos en casa, y sigáis con las divisiones por dos cifras.

Que no os piden que os olvidéis de que los chavales llevan quince días sin chutar un balón ni echar una carrera, y sigáis con las ecuaciones, para que no pierdan el ritmo o para que no pierdan el curso.

Supongamos que os dejan enseñar, y entonces, ¿qué mundo enseñáis? ¿El de hace dos semanas o el de ahora?

¿El que acaba en los 70 metros cuadrados de su casa o el que no tiene confines ni confinamientos?

¿El que se ve desde el balcón de casa o el que se ve desde la ventana que abren vuestras palabras, vuestros cuentos o vuestras canciones?

 ¿El de la gente entregada a trabajar por los otros en los Hospitales, en los camiones de basura, en los taxis, en los supermercados y en los centros de mayores, o el de los expertos en gestión de pandemias entregados a decir que todo es un desastre?

Mañana empieza todo, de nuevo. ¿Qué eliges enseñar? Porque el tiempo, el implacable, seguirá pasando, y pidiendo, que hagas tu parte.

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