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Ya no hay caníbales.

Daniel Innerarity dice con precisión lo que otro pensamos con difusión: nadie es de nadie. Así que los hijos tampoco son de sus padres.

Que ser padre o madre es más fuente de preocupaciones que de alegrías, sobre todo si se tienen en cuenta, uno a uno, los veinte primeros años de la vida del hijo, es una obviedad, y por lo tanto no merece mayor comentario.

Que ser padre es más fuente de obligaciones que de derechos no es una obviedad, y merece un comentario. Y más desde que Vox, al llegar a las instituciones, pone sobre la mesa el veto parental. 

En mi opinión, y en relación a la escuela, son dos las obligaciones de los padres: llevar a los hijos y dejar hacer a los maestros. 

En la escuela aprenderán a leer. Dice Gregorio Luri que leer es la primera destreza que debería enseñar la escuela. Y además de las letras, las palabras, las frases y sus contextos, los maestros les enseñarán también a leer la vida, para que los niños y las niñas transiten de su casa, que es una cosa, al mundo, que es otra cosa. Mucho más grande que el lugar donde vive cada uno. Más plural. En el mundo que les enseñará la escuela se encontrarán con los otros, con las visiones de los otros y con los valores de los otros, tan distintos de los de casa, o no, tan legítimos como ellos, o no.

Así que, inaugurada la paternidad, o la maternidad, y para vivirla cabalmente, solo hay que responder a una pregunta (solo una, pero cada día): ¿cuál es mi sitio?

Para responder, una pista: de casa al colegio llevaré a mi hijo de la mano, como cuenta esta canción. Pero en cuanto llegue a la puerta de la escuela, la soltaré.

Porque es mi obligación.




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