Ya van dos amigas que recogen el guante. Gracias, Bego!
Creo que es imposible encontrarse de verdad con otro ser humano, mucho más imposible si se trata de un niño o un joven, sin la capacidad de soñar. Quiero atreverme a soñar ahora un poco.
Soñar en lo que puede llegar a convertirse si se atreve a desarrollar todas sus potencialidades más allá de temores, comodidades y convencionalismos sociales. Soñar en lo pleno que puede llegar a vivir si no renuncia a ser quien es ni a encontrar su sitio en el mundo. Soñarle más allá de los límites y las dificultades, los fracasos y las equivocaciones. Las suyas y las nuestras.
Porque soñarle es confiar en sus posibilidades. Quien no sueña, no puede creer mucho. Y, quien no cree en alguien, no apuesta por él ni pone medios.
Por tanto, soñarle y quererle y apostar por él. Tal cual es. Con realismo, pero también con amor (y, por qué no, con cierta dosis de utopía, ¿tal vez incompatible con el realismo en estado puro?). Aunque nunca quiera o nunca se atreva o nunca pueda alcanzar tales sueños.
Y enseñarle a soñar y a elegir por sí mismo, qué más da si eso conlleva decepcionar a algunos; aún así, le merecerá la pena. Y mostrarle que dispone de una página en el libro de la Vida que él tiene que decidir cómo llenar y de qué manera disfrutar, si de forma mediocre o dejándose la piel porque le va la vida en ello y porque también hay otras vidas que defender a las que tiene algo que aportar.
Y acompañarle en lo que se deje para que pueda perseguir sus sueños y tenga el coraje de pagar el precio que le costará alcanzarlos. Y ofrecerle conocimientos, valores, hábitos y experiencias para cargar su mochila en ese viaje, que será largo.
Ojalá, también, ser para él como el Dios que le sueña. Nos enteremos o no. Que le sueña feliz, le acompaña y le ama. Y, en el momento adecuado, menguarse lo suficiente como para dejar que sea Él mismo quien le muestre sus sueños. Se entere o no. Y, si elije enterarse, mucho mejor, eso que gana.
Y, por último, ayudarnos entre nosotros para caminar hacia ese ser educador porque, solos, ni sabemos ni podemos, y porque estamos en el mismo barco. Buscar juntos cómo hacerlo mejor. Comprendernos y animarnos cuando estemos cansados y no podamos más. Para volver a agradecerlo y disfrutarlo. Y también para aprender a perdonarnos cuando no lo consigamos o, simplemente, no sepamos hacerlo. Seguiremos en camino.
Ojalá. Yo, al menos, sueño con ello. (Begoña. Para Daniel)
Soñar en lo que puede llegar a convertirse si se atreve a desarrollar todas sus potencialidades más allá de temores, comodidades y convencionalismos sociales. Soñar en lo pleno que puede llegar a vivir si no renuncia a ser quien es ni a encontrar su sitio en el mundo. Soñarle más allá de los límites y las dificultades, los fracasos y las equivocaciones. Las suyas y las nuestras.
Porque soñarle es confiar en sus posibilidades. Quien no sueña, no puede creer mucho. Y, quien no cree en alguien, no apuesta por él ni pone medios.
Por tanto, soñarle y quererle y apostar por él. Tal cual es. Con realismo, pero también con amor (y, por qué no, con cierta dosis de utopía, ¿tal vez incompatible con el realismo en estado puro?). Aunque nunca quiera o nunca se atreva o nunca pueda alcanzar tales sueños.
Y enseñarle a soñar y a elegir por sí mismo, qué más da si eso conlleva decepcionar a algunos; aún así, le merecerá la pena. Y mostrarle que dispone de una página en el libro de la Vida que él tiene que decidir cómo llenar y de qué manera disfrutar, si de forma mediocre o dejándose la piel porque le va la vida en ello y porque también hay otras vidas que defender a las que tiene algo que aportar.
Y acompañarle en lo que se deje para que pueda perseguir sus sueños y tenga el coraje de pagar el precio que le costará alcanzarlos. Y ofrecerle conocimientos, valores, hábitos y experiencias para cargar su mochila en ese viaje, que será largo.
Ojalá, también, ser para él como el Dios que le sueña. Nos enteremos o no. Que le sueña feliz, le acompaña y le ama. Y, en el momento adecuado, menguarse lo suficiente como para dejar que sea Él mismo quien le muestre sus sueños. Se entere o no. Y, si elije enterarse, mucho mejor, eso que gana.
Y, por último, ayudarnos entre nosotros para caminar hacia ese ser educador porque, solos, ni sabemos ni podemos, y porque estamos en el mismo barco. Buscar juntos cómo hacerlo mejor. Comprendernos y animarnos cuando estemos cansados y no podamos más. Para volver a agradecerlo y disfrutarlo. Y también para aprender a perdonarnos cuando no lo consigamos o, simplemente, no sepamos hacerlo. Seguiremos en camino.
Ojalá. Yo, al menos, sueño con ello. (Begoña. Para Daniel)
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