Siempre que voy sola en el coche, me gusta llevar la radio encendida; unas veces la escucho, otras, simplemente, su murmullo me hace compañía. Una tarde, volviendo del trabajo escuché una historia… Os la voy a contar.
“Dicen, que había un escultor, que trabajaba en la parte trasera de su casa: un pequeño jardín, sin ningún tipo de lujo, en el que el hombre encontraba la paz necesaria para recibir la inspiración. Allí tenía grandes piedras y todos los instrumentos que necesitaba.
Justo al lado, vivía un chaval de unos seis años, a quien empezaron a intrigar tantos ruidos en el jardín de su vecino.
Una tarde, no pudiendo resistir la curiosidad, se encaramó a la pequeña tapia que separaba las dos casas; se camufló entre las plantas que allí crecían y se puso a observar: - Pues sí que era raro aquel señor, los ruidos los hacía dando golpes a una gran piedra que tenía en el suelo. Pero no eran golpes al tun-tun, parecía elegir los lugares; además, de repente, dejaba de golpear, como si la piedra no aguantara más. Tampoco los golpes eran siempre del mismo tipo: algunos eran fuertes, otros mucho más suaves….-
Observar al escultor, era lo primero que hacía el chaval cuando llegaba de la escuela. Siguió durante varios días el trabajo de aquel extraño vecino. La piedra, iba cambiando de forma, y un buen día, al encaramarse a la tapia, sus ojos se abrieron como platos: ¡La piedra se había convertido en un precioso caballo!
No pudo contener un ¡Oh! De asombro y saltando al otro lado preguntó al escultor: -Pero señor. ¿Cómo sabía usted que dentro de la piedra había un caballo?!-
Bonita, ¿verdad?
Mi trabajo es la enseñanza; soy profesora, aunque la palabra educadora me gusta más. Pienso, que los educadores, somos un poco escultores; pero como dice el niño de esta historia, las “piedras” vienen ya con la “escultura” dentro; nuestro papel es, “simplemente”, ayudarle a salir.
Pero claro, primero hay que observar con atención y empezar a manejar el cincel con cuidado, no vayamos a romper lo que “la piedra” encierra en su interior.
Se necesita mucha paciencia: a veces hay que dejar de golpear, “la piedra” se cansa, y nosotros nos cegamos, queriendo sacar lo que “la piedra” no nos puede dar.
Pero no hay “piedras” sin figuras; todas encierran “algo” y ese “algo”, es exclusivo…, pieza única… Puede que unas veces nos guste más que otras, pero así nos ocurre con tantas cosas…
El secreto está, en observar con ganas de ver, y atinar con el cincel; un golpe a destiempo, o demasiado fuerte, puede hacer añicos “ESO” que la “piedra” lleva en su interior (Blanca a Iñaki, 2001)
Supongo que hay 0 comentarios a los artículos escritos, porque los que estamos en la enseñanza, leemos lo escrito y pensamos:¡ESO es! y no vamos a hacer un comentario poniendo sólo esas dos palabras.
ResponderEliminarTambién se puede pensar, siendo o no profesor, "qué verdad es y qué bonito está dicho". Luego, en la práctica diaria, unas veces das demasiado suave y otras te pasas; la habilidad docente está en saberlo compensar y en no darle siempre mal al mismo "caballo".
Se podría añadir, que cada alumno, cada grupo de alumnos; practica un toma y daca. Sacan del profesor lo que lleva dentro y van consiguiendo modelar la vocación incipiente que creía uno tener al principio, en los primeros años. Ellos también tienen en sus manos la posibilidad de sacar del educador lo mejor de él mismo.(Pienso que los alumnos descubren antes al tipo de docente que hay en la piedra que tienen delante... pueden observarlo tantas horas)
¡Hay algunos momentos que te sacan lo peor: "el burro" que llevas dentro! porque puestos a insistir, entre otras cosas te ganan en número y el /la que da con el cincel todos los días del curso también es humano.
En conjunto es un intercambio enriquecedor e interesante, pero cuando llegan las vacaciones de junio y tienes una tendinitis de tanto darle a la piedra, no viene a cuento escuchar "cuantas vacaciones tenéis los profesores". Son, ni más ni menos, las que hacen falta para recuperar el tino con el cincel.
Sofía.