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tres minutos y medio de inspiración

No consigo entender por qué a los adolescentes le gusta tanto "El club de los poetas muertos". A mi me parece una película lenta, en la que todo pasa en escenarios oscuros, que pertenece a una época en la que ninguno de ellos han vivido y que representa a alumnos con uniforme victoriano y a profesores con corbata, tan lejos de la pinta de sus institutos multicolor.

A lo mejor les gusta porque habla de chavales enfrentados a sus padres, que les dan la educación pero les niegan los sueños, a ver cómo se come eso.

A lo mejor es porque habla de profes diferentes, que hacen cosas que nadie espera, como pedirte que arranques las páginas correspondientes a la introducción, con lo que cuestan los libros de texto.

En lo que a mí respecta, sólo por regalarme esa interpretación, sólo por inspirarme la idea de que los profesores podemos cambiar el mundo, empezando por cambiar lo que hacemos, Robin Williams merece el Óscar que Dios le estará entregando en estos momentos.

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Contra el pedagogismo

Lo mejor de la entrada de la innovación en la escuela es que los maestros descubrimos que las cosas se pueden hacer mejor, y no igual que siempre. Lo peor, que muchos acabamos pensando que todo lo nuevo es bueno, y que lo anterior es malo. Estábamos perdiendo el equilibrio y tocaba recolocarse. Este ensayo de Alberto Royo ayuda a recuperar el equilibrio.  Nos recuerda que la escuela está para enseñar y que a la escuela se va a aprender: " el profesor ha de servir al conocimiento, y ser la vía de transmisión hacia el alumno ".  Dos cosas que se nos estaban olvidando, de tanto poner la felicidad en el apartado de los objetivos de la escuela, y de tanto subrayar que al maestro le toca sacar (de no se sabe qué parte de los alumnos lo que estos ya sabían pero no sabían que sabían) y no meter (en ellos, el conocimiento que no tenían). ¿Que cuánto tiene que saber un maestro? Mucho. ¿Que como tiene que transmitirlo? Muy bien. Usando la metodología que mejor se adapta a cada momento.

La era que vivimos.

Que el tiempo humano se mide en rachas, y no en años, es una evidencia. Pese a ello, muchas personas -en realidad, casi todas-, celebran el comienzo de año nuevo como si se abriera una etapa nueva en su vida, o en la de los demás. Algunos profesores y algunas profesoras, y también directores y directoras, viven el tiempo como una repetición del ciclo septiembre-junio. Siempre igual, siempre lo mismo. Vete tú a hablarles de previsión, y de planes. Yo quiero ser fiel a la realidad, y mido mi vida en rachas. Pese a ello, en cada Nochevieja tomo las uvas y beso a los míos, porque los quiero, y los veo felices.  La racha en la que estoy empezó con la pandemia, en 2020, y no es la mejor de las que he vivido. En realidad, más que una racha, tengo la sensación de estar viviendo una era. No veo su final. Pero estar, está.

Cabeza y mundo

La cabeza de los seres humanos no siempre está completamente de acuerdo con el mundo en que viven (Saramago, Ensayo sobre la lucidez, página 170). Eso explica que, tres semanas después de la tarde del 20 de agosto, Rubiales no sepa todavía qué hizo tan mal. Eso explica que, pasadas dos semanas de la Asamblea Extraordinaria de la RFEF, Luis de la Fuente siga creyendo que no hay razones para dejar de ser seleccionador. Eso explica que, mes y medio después de las elecciones del 23 de julio, Núñez Feijoo diga que lo democrático es, solo, que se deje gobernar al partido más votado. Solo son tres ejemplos de cómo cabeza de algunos y mundo de todos habitan en lugares distintos. Muchas personas piensan que las cosas son lo que no son (a lo mejor son lo que eran en el momento en el que dejaron de pensar), y eso solo puede provocar dos cosas: a ellas, que vayan por donde no hay salida, o que estén donde no les toca. Y a los demás, algo de vergüenza. Como soy maestro, concluyo que la escuela deb